Blogs LaFamilia.info - 01.09.2016
Dentro del raciocinio propio del ser humano, muchas veces se van reacomodando concepciones, pensamientos e ideas para equilibrarlas o justificarlas frente al mundo actual. No cabe duda que, algunas cuantas personas también están tan arraigados a las costumbres y tradiciones, que ante cualquier situación que afecta su proceder o que mueve “el piso” que los sostiene, buscarán incansablemente seguir cuidando y protegiendo los valores, principios y moral, que rigen la brújula de las buenas prácticas y del respeto por sí mismo y los demás.
Pero no podemos caminar hacia lados diferentes en cuanto a lo que concierne a la formación de las personas, ni al deber ser. Tampoco, estar enfrentados entre todos por las ideas contrapuestas de los demás porque debe prevalecer el principio de la tolerancia, la alteridad y el respeto, sin imposiciones por beneficio propio.
Necesitamos recuperar todo aquello que nos diferencia de los demás seres de la naturaleza y que nos pone en un eslabón más alto y es, el actuar con inteligencia. “La moda, sí incomoda”, no es como nos lo quiere hacer creer el resto del mundo. Si es verdad que el ir al vaivén de los medios, de la modernidad, de lo que hacen otros y queremos imitar, puede llegar a afectarnos de tal manera, que iremos poco a poco perdiendo lo esencial, como cuando queremos atrapar arena en nuestras manos y con movimientos, caídas y levantadas, se va deslizando entre los dedos hasta perderla toda. Nuestra vida no puede convertirse en arena. Debe ser de un material sólido, incapaz de rodar, patinar o desaparecer por el descuido de nosotros mismos o por la presión de las personas que están a nuestro alrededor.
Por ello, en esta ocasión, entraremos en el mundo mágico de la sobriedad, no aquella vista sólo desde la perspectiva del control de nuestros instintos sino de la primacía del hombre para ser más que satisfacción de caprichos y del enfoque de la verdadera razón de ser. “Todo está entrando por los ojos” y con ello direccionamos el tener, el hacer y el sentir en nuestras vidas. Anhelamos lo de otros, no nos saciamos con lo que hemos conseguido, siempre queremos más. Si tenemos una vivienda acorde a nuestras necesidades, ambicionamos una más grande; si adquirimos un vehículo, ansiamos el último modelo y más moderno según últimas noticias; si viajamos en familia, estamos programando la siguiente travesía, y así sucesivamente, dejamos pasar tantos detalles y momentos inigualables, irremplazables, que no se volverán a repetir. El tiempo pasa, los hijos crecen (en el caso de ser papá o mamá), las facultades humanas van declinando, y a veces, sólo nuestras vidas sigue girando alrededor de lo material, que es efímero y no es lo que brinda alegría en el interior porque está demostrado que con lo material no quedamos satisfechos con facilidad.
Cuántas veces pasamos la vida familiar estudiando, trabajando, preparándonos para el futuro… y el presente se va con tanta facilidad, que cuando revisamos los tesoros conseguidos no tenemos con quién disfrutarlos. ¿Cuántas familias han quebrantado sus lazos porque se anteponen trivialidades? ¿Cuánto amor se ha herido o acabado por poner encima del verdadero valor de las personas a las cosas materiales? ¿Qué es lo realmente importante en nuestras vidas?
Por ello, una de las virtudes que ayuda en la toma de decisiones de manera apropiada y asertiva es la sobriedad, la cual es capaz de brindar lucidez al dirigir nuestros pasos, mesura para proceder frente a las diversas circunstancias de la vida y prudencia para reflexionar y acometer con sensatez el rumbo de cada una de nuestras acciones. No es fácil medirnos en esta balanza pues siempre será más sencillo relativizar todo lo que está a nuestro alrededor y pensar que es “normal” lo que sucede, que debemos modernizarnos y dejarnos llevar por lo que está “de moda” y así vamos de generación en generación, repitiendo, imitando y sintiendo como propio aquello que ni siquiera muchas veces pertenece a nuestras raíces.
De la mano a la sobriedad está la templanza, la cual ayuda a regular nuestro proceder para minimizar las situaciones que puedan llegar a atentar contra nosotros mismos o contra los demás. Lo anterior lo baso en que cada vez es más fácil comportarnos de una u otra manera de acuerdo a lo que conviene o no; de acuerdo a la realidad que estamos viviendo; de acuerdo a la edad y a las costumbres del sitio en el cual vivimos. Es posible que por estar en algún grupo (muy común en los adolescentes) nos dejamos involucrar y hasta realizamos todo lo que nos dicen nuestros pares por temor a ser rechazados; y estas peticiones no son las más adecuadas para la salud e integridad física. Es allí donde entra a regir la templanza y la sobriedad. La primera, porque concede el poder de decidir lo que está bien o está mal. Y la segunda, porque facilita el razonar con serenidad y equilibrio, habilidades básicas para lograr vivir con armonía, paz y felicidad.
Quien logra plasmar la sobriedad en sus actos, jamás antepondrá los vicios, instintos, el vivir desmesuradamente, sin normas y sin reglas por encima de su propia vida y por tanto, las de sus seres más queridos. Templanza y sobriedad son una combinación perfecta para enfrentar con decoro, rectitud, equilibrio y estabilidad cada momento de la vida, aprendiendo de las experiencias y reflexionando para ser cada día una mejor persona que ayude a construir el bien para sí mismo y los demás.
[...]. No se puede ser hombre verdaderamente prudente, ni auténticamente justo, ni realmente fuerte si no se posee también la virtud de la templanza. Se puede decir que esta virtud condiciona indirectamente todas las demás virtudes, pero se debe decir también que todas las demás indispensables a fin de que el hombre pueda ser «moderado» o «sobrio» (JUAN PABLO II, Sobre la templanza, Aud. gen. 22-XI-1978).
Debemos dejar de lado todas aquellas circunstancias y actitudes que nos hagan caer en lo desmedido, exagerado, desenfrenado, excesivo, desmesurado, desaforado o desproporcionado (términos que van en contra de la sobriedad) y que poco a poco nos alejan de la cordura porque nos obliga a vivir el egoísmo, el hedonismo, la permisividad, la pérdida de valores y demás escenarios que nos hacen caer en lo profundo de un orificio sin salida. Ese modo de ver la vida como algo pasajero, en la cual vivir al máximo significa sólo placer, nos aleja del raciocinio predominante que debe imperar en la persona humana.
Por el contrario, ser moderados, mesurados, medidos, austeros, serenos y prudentes, nos orientará en el alcance del equilibrio en cada acción, enfocándolas hacia la búsqueda del pensar antes de actuar para no equivocarnos; a reflexionar sobre las decisiones tomadas y preocupándonos por las consecuencias de los actos.
Muchas veces queremos revertir nuestros proceder o devolver el tiempo para que no nos hubiéramos equivocado, para no haber herido a alguien, para poder borrar nuestras acciones o nuestras palabras, pero es mejor evitar el acometer atropellos con nosotros o con los demás. El poder tener todo tan organizado o como comúnmente se escucha, “fríamente calculado”, no es fácil pues no somos dueños del tiempo ni de las reacciones de las personas; pero lo esencial es alcanzar las metas propuestas sin temor a equivocarnos y será de mucha ayuda, el poder caminar con la frente en alto, sin remordimientos y sin preocupación de habernos equivocado por pretensión o por omisión.
“La vida recobra entonces los matices que la destemplanza difumina; se está en condiciones de preocuparse de los demás, de compartir lo propio con todos, de dedicarse a tareas grandes. La templanza cría al alma sobria, modesta, comprensiva; le facilita un natural recato que es siempre atractivo, porque se nota en la conducta el señorío de la inteligencia. La templanza no supone limitación, sino grandeza. Hay mucha más privación en la destemplanza, en la que el corazón abdica de sí mismo, para servir al primero que le presente el pobre sonido de unos cencerros de lata”. (Amigos de Dios, Frutos de la Templanza, punto 84, San Josemaría Escrivá de Balaguer).
Siempre será honroso poder compartir con personas sabias y rectas en el carácter ya que dejan una inexplicable sensación de sabiduría, confianza y de enseñanza, pues son ejemplo vivo de la acción cara a la madurez, la formación del criterio y del sentido común para emprender tareas grandes y con sentido realmente humano. Debemos evitar al máximo la nimiedad de la repetición de los actos por compromiso y ejecutarlos con convicción de hacer lo imposible por edificar en lugar de destruir, y esto sólo puede iniciar desde lo más profundo de cada ser, pensante, importante e irrepetible.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.