Blogs LaFamilia.info - 09.06.2016
En este mes, ahondaré en la actitud del júbilo, necesaria para enfrentar con tesón y con agrado cada circunstancia que llega a nuestras vidas, reconociendo que la única manera de salir a flote y poder respirar con tranquilidad es con la fe, la seguridad, la esperanza, el anhelo de poder encontrar la luz al final del camino.
A pesar de presentarse en nuestra vida alguna situación adversa, estamos llamados a ser presencia viva de Dios y de sobrepasar cada situación a la luz de su llamado a la santidad y perfección constante. Si detenemos nuestros pasos y miramos hacia atrás, podremos contemplar tantas experiencias y cada una de ellas han sembrado aprendizajes o han ayudado a madurar: situaciones positivas, por mejorar, por recomenzar, pero si estamos firmes y comprometidos con la vida, muy seguramente, serán tan pequeñas para ajustar, pues cara al bien, estaremos dispuestos a reflexionar y a afinar nuestros pasos. Lo anterior deberá ir siempre de la mano de la alegría constante, del gozo por el deber ser, de la satisfacción por el alcance de cada meta, de la dicha por el sendero recorrido.
“Se notan entonces el gozo y la paz, la paz gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza. Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente”. (San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, punto 92)
Siempre es de esperar que todo nos salga a la perfección y la vida real, tiene un sin fin de condiciones que nos deben ayudar a ser mejores personas cada día, con alegrías y sin sabores. Escuchamos con mucha frecuencia “el oro se forja en el fuego”, sin embargo, a veces nos dejamos afligir con mucha facilidad y nos quebrantamos perdiendo toda esperanza. Nos dejamos llevar por el pesimismo y la decepción. Y para sobre llevar con mayor facilidad las situaciones difíciles es esencial que actuemos con júbilo.
Al remitirme a esta actitud, hago referencia a la manera como debemos enfrentar todo lo que se nos presente. La alegría que debe ser intrínseca, cala en lo más profundo de nuestro ser, ayudándonos a ver todo con el lente de la ilusión, de la confianza, con la certeza de poder salir adelante y de lograr convertir un sueño en una realidad, porque contagiarnos de júbilo nos permitirá mantener viva la esperanza de hacer posible lo imposible, de conquistar el mundo entero, de transmitir lo mejor de cada uno de nosotros a todos los que nos rodean, de brillar con luz propia, de intensificar el empeño por convencer (con el ejemplo) y ser líderes para el bien. El júbilo sólo se enseña o transmite a través del obrar, no con la palabra; se contagia, se traspasa a los demás, porque se lleva en la sangre, dentro de cada uno.
Por eso, no podemos estar apartados de nuestro Creador. Dios es ese motor que nos da la fuerza para arremeter y emprender tantas tareas; es el encargado de darnos energía cuando sentimos que todo ha acabado y que no hay ningún signo de continuar luchando. Es también nuestra responsabilidad descubrir nuestra misión y replantear nuestro proyecto de vida porque fuimos creados para darnos a los demás y para construir un mundo en el que todos sean igual de importantes. No es un mundo egoísta ni egocéntrico, en donde todo gire alrededor de nosotros mismos, sino aquel que se dé sin reserva a los demás, sin esperar nada a cambio; solo la satisfacción del deber cumplido.
Debemos tener la esperanza también y recordar a cada instante que en la vida tenemos grandes oportunidades de resarcir y de compensar nuestras acciones, estableciendo relaciones de fraternidad y de reconciliación. Estas maneras de expresar los sentimientos son una necesidad diaria de demostrar cuan importantes somos y son también los demás. No cabe duda que dar y recibir traería un gusto adicional y por justicia, es lo que esperamos. Pero dar sin esperar nada a cambio es sobre natural. No todos tienen la capacidad de estar tranquilos y satisfechos por el realizar correctamente toda acción. Por lo general, cuestionamos o exigimos recompensa por emprender y terminar una tarea a cabalidad. Pero realmente, la santificación a través de cada acto es determinante solo para aquella persona que ha descubierto el verdadero arte de amar, sin condiciones, sin vacilaciones, sin restricciones o discriminaciones.
El júbilo estará siempre presente en cada acción realizada con bondad, con benevolencia, con entrega, con alteridad y compromiso. Una persona que se da a los demás, siempre va a estar feliz de hacer lo que hace, es un sacrificio para el cual está preparada y solo busca a través de este acto desinteresado, la felicidad de su prójimo. Es una meta muy alta que alcanzar, el poder darse sin interesarnos el sinsabor que muchas veces se puede llegar a recibir por el desagravio o la falta de agradecimiento por parte de los demás. La recompensa siempre será trascendente, pues sólo Dios dará la gloria a quienes continúen con su designio, “amar a los demás como Él nos ha amado”.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Blogs LaFamilia.info - 07.03.2016
Durante el inicio de este año hemos reflexionado con dos virtudes muy importantes para poner en práctica, como son la empatía en el mes de enero y fidelidad en febrero. En esta ocasión, orientaremos nuestro rumbo hacia la misericordia.
“Misericordia significa mantener el corazón en carne viva, humana y divinamente transido por un amor recio, sacrificado, generoso. Así glosa la caridad San Pablo en su canto a esa virtud: la caridad es sufrida, bienhechora; la caridad no tiene envidia, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca sus intereses, no se irrita, no piensa mal, no se huelga de la injusticia, se complace en la verdad; a todo se acomoda, cree en todo, todo lo espera y lo soporta todo”. San Josemaría Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, Punto 232
La misericordia como palabra clave en este mes de marzo implica vivir en carne propia lo que significa el pensar en los demás. Somos egocéntricos por nacimiento y continuamos siendo el centro de atención en todos los espacios de nuestra vida. Estamos tan centrados en nosotros mismos que no vemos más allá, que no sentimos el dolor del otro. Estamos tan insensibles que no nos preocupa el cómo se sienten las personas que están a nuestro alrededor. A veces está tan cerca la necesidad que no la sentimos porque no la vivimos directamente. Esa situación difícil puede estar en la vida de un amigo, de un hermano, de un compañero de estudio o de trabajo y no nos sentimos tocados con ese dolor porque no será posible sino vivimos ni conocemos la misericordia.
Estamos llenos de noticias cada vez más tristes, a causa de la falta de conciencia en el actuar al colmo de estar atentando contra nosotros mismos al descuidar el medio ambiente. Al no tomar conciencia de nuestras acciones y dejar a la deriva el timón de nuestra propia vida, nos dejamos llevar por la vida mundana, la de pasarla bien, sin reconocer que otras personas pueden estar necesitándonos. No hablo de una necesidad material porque muchas veces se alivian más las penas con un soporte de calidez, de alegría, de compañía, de buen consejo.
Para el papa Francisco, la misericordia no es una palabra abstracta, sino un rostro para reconocer, contemplar y servir. Y así lo manifiesta en la Bula de la Misericordia con la que convoca al Jubileo: “Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. Nada en Él es falto de compasión”. Jesús es ejemplo de vida, de acción bondadosa, de edificar en el bien, de emprender tareas en pro de los demás, de hasta sacrificar su vida por nosotros. Cuántos de nosotros nos sacrificamos en nuestro hogar, en el trabajo, en la vida cotidiana, entendiendo el sacrificio como ofrecernos a los demás para lograr su bienestar, en el dedicarnos a dar lo mejor de nosotros por aquellos seres queridos y las personas que nos necesitan. Hemos venido al mundo para construir y la mejor manera de hacerlo es brindando una mano amiga, reconociendo la belleza y la perfección en el otro. Descubriendo que somos los llamados a desarrollar acciones sencillas como saludar, escuchar, comprender, reconocer, ayudar, compartir.
No es fácil emprender esta tarea de abrir nuestro corazón a la bondad, a la piedad, a la compasión. Somos en muchas ocasiones muy críticos hacia los demás, muy duros cuestionándolos o juzgándolos y los actos de misericordia implican ponerse en el lugar de los demás también para entenderlos. Sólo así podremos lograr que las acciones que tenemos pensadas realizar verdaderamente estén enfocadas a hacerlas de corazón, no por cumplir un deber como cristianos, sino por sentir realmente que es importante crecer en el hacer para ganarse el cielo, cara a Dios, para construir un mundo realmente humano.
Que en esta época estemos llamados a la benevolencia, a la generosidad, a la caridad, para hacer el bien sin mirar a quien; para estrechar lazos eternos con Dios por hacer lo que nos corresponde en el hogar, con los hijos, el conyugue, los familiares, los amigos, los vecinos.
La misericordia comienza en nosotros, con nosotros y se proyecta a los demás. Pues será arduo dar de lo que no tenemos. Comencemos con actos de misericordia de agradecimiento con lo que tenemos y hemos conseguido día a día; con amar a la familia y reconocerlos como los seres más importantes en nuestro proyecto de vida; valoremos todos los dones que tenemos y a las personas que nos rodean. Si hacemos esto como hábito de vida, será más llevadero emprender actos de misericordia hacia los demás.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Por Vivian Forero/Blogs LaFamilia.info
En la mayoría de los casos cerramos el año extrañando o anhelando cosas que no llegaron, lamentándonos de fracasos, recordando las situaciones adversas, desconociendo en gran parte los logros, las metas alcanzadas y que aquellos proyectos planeados se hicieron realidad.
Blogs LaFamilia.info - 13.05.2016
En la mayoría de los países del mundo se celebra el mes de las Madres en Mayo. En esta celebración se hace homenaje al ser que da todo de sí para cuidar y amar desinteresadamente a sus hijos.
Ese ideal de madre, que surge como instinto natural y que se da sin reservas ni condiciones a cada instante, merece ser resaltada por su esplendor y gracia divina, porque es capaz de lograr con una sonrisa, con una mano amiga, con una palabra sabia y con una compañía irremplazable, el verdadero milagro de la vida: el sacrificio por el otro. Ser madre no se improvisa, se hace y se solidifica con cada experiencia vivida, en el día a día, en la cotidianeidad, en el acertar y equivocarse.
Por lo anterior, en este mes, expresaré el significado de este ser maravilloso en unión a la virtud de la mansedumbre, ya que no puede existir entrega sin humildad; serenidad sin sabiduría y fidelidad sin bondad. Todas las anteriores características están intrínsecas en la mansedumbre, que conlleva a actuar con discreción, serenidad, calma y moderación en cada momento y lugar, destacando con ello la paciencia y el saber esperar por recibir a cambio sólo la asertividad en la toma de decisiones de sus seres amados: esposo e hijo (s).
La mansedumbre, virtud que en esta reflexión bautizaré también con el nombre de docilidad, está llamada a contemplar la belleza de toda la creación. Una madre, indiscutiblemente tiene en su actuar mucho de mansedumbre pues en cada momento de su existencia requiere de la sabiduría y de la serenidad para tomar decisiones y asumir las consecuencias de sus actos. No es sabio realizar las actuaciones con orgullo ni con intolerancia pues estas reacciones sólo traerían molestias y resentimientos que poco a poco van deteriorando las relaciones interpersonales. Además, la docilidad o mansedumbre, también es señal de dulzura, suavidad y miramiento, actitudes que traen como consecuencia el acercamiento con el otro, de una manera apacible y pacífica que toca el alma con regocijo y bienestar.
Es más sabio actuar con docilidad cuando se está ante situaciones adversas. Dicen que después de la tormenta llega la calma, indiscutiblemente que sí, pero cuántas marcas deja este suceso en la vida de las personas: árboles arrancados de raíz, casas destruidas, inundaciones, y demás catástrofes que pueden llegar a presentarse. Entonces, imaginemos por un momento una tormenta en nuestro hogar: palabras hirientes, gritos, miradas que dañan, gestos displicentes, rencor, en fin, sentimientos que dejan huellas en lo más profundo de nuestro ser y que son difícil de borrarlas porque hacen daño y nos duelen, causando muchas veces rupturas y separaciones que no dan marcha atrás.
Por eso, la madre, símbolo de la fraternidad y bondad infinita, es la llamada a la calma, la sabiduría, la tranquilidad. A pensar y a decidir lo mejor para su familia y a dialogar con sus integrantes para sacar lo mejor de cada circunstancia, sin caprichos y sin obstinaciones, solo por amor. Esta tarea no es fácil ni simple, es magnánima, generosa y noble, y traerá grandes satisfacciones porque con amor se logran grandes metas.
A veces se mal entiende la actitud de mansedumbre con dejar que nos pisoteen, que nos humillen o que pasen por encima de nosotros, pero es todo lo contrario. A través de esta sabia virtud, nos hacemos más fuertes y capaces de enfrentar cualquier circunstancia porque la comprendemos cara a Dios, como una forma de perfeccionamiento y de ganarnos el cielo desde el mismo instante en que actuamos con convicción de ser mejores personas cada día. Además que cuando actuamos de manera contraria, es decir, con aspereza, intolerancia, intransigencia o rebeldía, sólo podremos recibir exactamente las mismas actitudes, convirtiendo cada momento en un círculo repetitivo de acciones inapropiadas que nos dañan progresivamente. San Josemaría Escrivá de Balaguer lo ejemplificó sabiamente en Camino, punto 8, “¿Por qué has de enfadarte si enfadándote ofendes a Dios, molestas al prójimo, pasas tú mismo un mal rato... y te has de desenfadar al fin?”. Lastimosamente por la misma pasión que nos caracteriza, nos dejamos llevar por el orgullo y la falta de tacto al resolver los problemas, trayendo con ello situaciones aún más conflictivas, hasta el punto de romper relaciones entre los mismos miembros de la familia. “Eso mismo que has dicho dilo en otro tono, sin ira, y ganará fuerza tu raciocinio, y, sobre todo, no ofenderás a Dios”. (Ídem, punto 9).
Cada paso que se va a dar en la vida debe ser pensado y reconsiderado sabiamente porque no hay vuelta atrás y se puede crecer en madurez y consolidación de buenas acciones como también en actos inapropiados, que van en contra de nuestra dignidad y la de los demás, que dañan y que nos lastiman. La vida es solo un instante, un tiempo prestado y se va edificando con momentos efímeros, que si hacen parte de decisiones y pensamientos claros, podrán ayudarnos a ser felices.
La madre es la señal viva de que Dios existe porque sólo Él pudo haber pensado que ella, nos cuidaría con un amor infinito, como él nos amó. Le dio la fortaleza para enfrentar los obstáculos, sabiduría para resolver las situaciones cotidianas, mansedumbre para actuar con paciencia y docilidad, amistad para comprender y entender al otro, alegría para contagiar de esperanza a sus seres queridos y misericordia para ser compasiva, piadosa y ayudar a los demás.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Blogs LaFamilia.info - 08.02.2016
En el mes de enero les hablé de la empatía (ver aquí), ahora que llega febrero, los invito a reflexionar sobre el valor de la fidelidad, que no es sólo de pareja; es en todo sentido.
Fidelidad, actitud trascendente que nos orienta a ser leales y coherentes con lo que somos, pensamos y hacemos. Es una forma única de demostrarnos a nosotros mismos que existe confiabilidad en cada paso que damos y que somos de una sola pieza, que evitamos acomodarnos a las ideas u opiniones de los demás por conveniencia o por ganarnos el aprecio.
Muchas veces por ser aceptados en un grupo cambiamos nuestro estilo o forma de ser; nuestro comportamiento de observa diferente; la manera de actuar cambia fingiendo ser lo que no somos. Y más aún, viviendo lo que no queremos vivir. Nos dejamos llevar por la moda, las costumbres de los demás, los estilos de vida, en fin, de todo aquello que pensamos nos ayudará a sobresalir en un mundo que no es el que realmente necesitamos.
La fidelidad es la ruta que nos lleva hacia una vida tranquila, sana, agradable, feliz. Nada brinda más alegría que defender con convicción nuestras ideas, a las personas que amamos, al trabajo que nos llena de orgullo, a nuestra creencia religiosa que es el soporte de la fe y de la luz al final del camino. Ser fiel significa ser leal, sincero, veraz, confiable, en una frase “que pueden contar con nosotros para emprender cualquier camino”. Llámese camino guiado por el amor, al conformar una familia; camino de laboriosidad, al emprender un trabajo; camino de la amistad, al dar la mano y ayudar a los demás.
Pero esta iniciación no es tarea fácil. Hay muchas distracciones y tentaciones en el camino y algunas veces nos dejamos llevar por ellas y hacemos de lado lo que verdaderamente es esencial: el luchar día a día por una vida trascendente, fructífera, llena de valores, en donde lo más importante sea la dignidad de la persona y su perfeccionamiento constante, y no aquella en la que solo vivimos el momento, quedando vacíos y con la sensación de no haber actuado de la mejor manera.
¿Por qué ocultarnos en un mundo de mentiras? ¿Por qué decidimos ir en contra de nuestra propia forma de ser? ¿Por qué sentimos que la fidelidad se fundamenta sólo en la relación de pareja? Ser fieles es ir más allá del respeto de la dignidad de la persona a la que amamos y con quien hemos decidido construir familia. Ser fieles es dirigir todos nuestros esfuerzos para vivir una vida coherente, una sola vida, no varias según el momento, el lugar o las personas que nos rodean.
«Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida» (Juan Pablo II, Homilía en la Catedral Metropolitana de Ciudad de México, 26-I-1979).
En febrero esforcémonos por practicar la virtud de la fidelidad teniendo mejores pensamientos, sentimientos y por supuesto, hacer cada tarea con verdadera convicción.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Blogs LaFamilia.info - 08.06.2015
Nacimos para amar y ser amados. Somos únicos e irrepetibles. Son frases comunes y que a diario se escuchan en la cotidianidad, entre los amigos, en el trabajo. ¿Pero sabemos lo que esto significa?; lo que implica el ser una persona en toda su extensión, su razón de ser, de sentir, de trascender, de dejar huella. Es absolutamente grandioso poder enfrentarse a uno mismo y medir su propio yo, qué tanto nos aceptamos y nos queremos a nosotros mismos porque para amar a los demás es necesario amarnos en primera medida. No podemos dar de lo que no tenemos, es otra de las frases conocidas y repetidas de generación en generación, pero muy difícil de llevar a la realidad.
Es muy fácil señalar y expresar nuestra opinión con respecto a los demás, pero más aún, formarnos un prejuicio que en muchas ocasiones distorsiona la imagen del prójimo, que es igual a cada uno de nosotros a imagen y semejanza de nuestro creador. Difícilmente llegamos a conocer a las demás personas, con todo lo que ello implica, en costumbres, valores, sentimientos, pensamientos e ideas, y nos dejamos llevar por las opiniones de los demás. Cabe resaltar que estas opiniones son formadas de la experiencia que otros han vivido o que han creído vivir, y en ocasiones, es más lamentable aun, porque nos dejamos llevar por el tono de voz, su forma de vestir, de actuar frente a alguna situación, generalizando con ello su personalidad o forma de ser. Es muy grande la labor de conocernos a nosotros mismos y más que esto, conocer a los demás.
Muchas veces nos es fácil señalar al otro, desconociendo nuestras propias falencias. Por eso es tan importante que desde niños se forme desde la comprensión, la tolerancia y aceptación de la diferencia, para que con el pasar de los años, descubramos que en la divergencia es más fácil construir porque se pueden ver varias alternativas de mejora para la toma de decisiones. Además, en el error se puede ver también oportunidades de cambio, de transformación y de crecimiento personal. Como lo expresó San Josemaría Escrivá de Balaguer “Un discípulo de Cristo jamás tratará mal a persona alguna; al error le llama error, pero al que está equivocado le debe corregir con afecto: si no, no le podrá ayudar, no le podrá santificar. Hay que convivir, hay que comprender, hay que disculpar, hay que ser fraternos; y, como aconsejaba San Juan de la Cruz, en todo momento hay que poner amor, donde no hay amor, para sacar amor, también en esas circunstancias aparentemente intrascendentes que nos brindan el trabajo profesional y las relaciones familiares y sociales. Por lo tanto, tú y yo aprovecharemos hasta las más banales oportunidades que se presenten a nuestro alrededor, para santificarlas, para santificarnos y para santificar a los que con nosotros comparten los mismos afanes cotidianos, sintiendo en nuestras vidas el peso dulce y sugestivo de la corredención.”
Entonces resulta ser una tarea magnífica el conocernos a cabalidad, cómo somos frente a la vida, qué valor le damos a todo lo que nos rodea, a los dones recibidos por Dios, a las amistades, al trabajo, y demás bendiciones que nos marca y nos ayuda a ser y a lograr todo aquello que nos proponemos. ¿Somos lo que soñamos ser? ¿Hemos logrado las metas propuestas? ¿Somos felices con nuestra vida? Pero para responder a estas y otras tantas preguntas que pueden estar en nuestra mente, es necesario pensar si hemos sido agradecidos. A veces creemos estar tan solos que no nos fijamos que a nuestro alrededor hay tantas personas que se preocupan por nosotros, que están alertas a ofrecer una mano amiga, una frase alentadora, un sabio consejo. Estas personas son ángeles que ha puesto Dios en el camino para que nos iluminen con una sonrisa, una palabra, un consejo. Es difícil a veces reconocerlos, pero si nos detenemos a revisar tantas experiencias y situaciones en nuestras vidas de seguro que lo vamos a entender mejor.
Ser una persona implica coherencia de vida, compromiso consigo mismo y por los demás, construir un mundo mejor para la generación actual y la futura. Poder sembrar para recoger de la buena cosecha, trabajar por el bien común; poder decir con orgullo que somos forjadores de un camino lleno de luz que irradia a los demás. Lo anterior involucra la relación entre lo que decimos, hacemos y pensamos, en todo espacio, en todo lugar, en todos los roles. Con frecuencia se suele escuchar que hay personas que son maravillosas en el ámbito laboral pero en casa son oscuridad, o viceversa.
La persona humana es compleja de conocer y de comprender; tiene diferentes formas de respuesta ante estímulos y situaciones que se le presentan a lo largo de su vida. De acuerdo a experiencias que vive en su cotidianidad puede solucionar sin ningún tipo de ayuda cada situación por más conflictiva que sea. En ocasiones es soberbia y tiene plena confianza en sus habilidades. Casi siempre flaquea y se quiebra por donde menos espera, muchas veces por situaciones sentimentales, por percances laborales, por deterioros de salud. Y es allí donde descubre que no es omnipotente y que no puede solucionar todo sola; que requiere de la mano de un ser supremo, divino y todo poderoso, que lo consuele, le dé esperanzas y ánimo de salir adelante.
Sin duda alguna, la tarea de crecer y aprender es magnánima pues es una misión personal que redunda en los demás, en el trabajo, la familia, el colegio, la universidad, en la sociedad. Ser persona es un compromiso mayor porque estamos llamados a perfeccionarnos y esto a su vez se transmite de generación en generación. Las buenas costumbres son importantes repetirlas cada día; las equivocadas, hay que erradicarlas pues afectan significativamente las acciones y trascendencia de las mismas. Marcamos el camino de los demás, damos pautas para quienes nos siguen, somos ejemplo en todo momento y lugar así no pensemos en ello. Muchas personas nos admiran, desean ser como nosotros; muchas nos pueden imitar, por ello qué gran responsabilidad tenemos con el legado de la humanidad.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé.
Blogs LaFamilia.info - 02.04.2016
Al llegar a este mes, en el cual algunos países celebran el Día del Niño, destaco el valor que va de la mano de ese corazón sano e inocente, como es la alegría. En abril, ahondaré sobre esta actitud permanente de regocijo, júbilo, gozo y satisfacción, que rompe las barreras del pesimismo, la tristeza, la desesperación y el desconsuelo.
«El que tiene a Dios en su corazón, desborda de alegría. La tristeza, el abatimiento, conducen a la pereza, al desgano» Madre Teresa de Calcuta.
Hablar de alegría es contagiarse de buena energía, de un gran sentido de gusto por emprender nuevas tareas, de iniciar un trayecto y tener la esperanza de que cada día será mejor; de que a pesar de las diferentes circunstancias que se presentan en la cotidianidad, todo va a pasar y al final del camino estará esa luz radiante que nos hará sentir que valió la pena la lucha, la espera, el afán por ser mejores.
Cada despertar requiere de nosotros un agradecimiento infinito a nuestro creador y una de las actitudes para ser agradecidos es vivir con esperanza, lo que significa tener confianza en lo que recibiremos por ser personas de bien, que actúan con endereza, con fortaleza y ante todo, con magnanimidad. La grandeza del alma está en enfocar toda nuestra disposición y esfuerzos por hacer siempre lo mejor en cada una de nuestras obras, trascendiendo para hacer el bien, cara a Dios.
El hacer bien nuestras tareas, deberes, responsabilidades y compromisos, trae como consecuencia el vivir la alegría, intrínseca, exclusiva de quien lo hace, porque trae satisfacción íntima, personal, que rebosa y se transmite a los demás. Como lo mencionada San Josemaría Escrivá de Balaguer en su libro Surco “la alegría de un hombre de Dios, de una mujer de Dios, ha de ser desbordante: serena, contagiosa, con gancho...; en pocas palabras, ha de ser tan sobrenatural, tan pegadiza y tan natural, que arrastre a otros por los caminos cristianos”.
Cada cual debe descubrir qué le da más satisfacción, mirando las cosas sobre naturalmente, es decir, para santificarnos y poder lograr la plenitud y la perfección en nuestros actos. Existen personas que enfocan su profesión en ayudar a los demás, otras orientan su sabiduría y experiencia para enseñar o para dar buenos consejos; muchas, buscan dar una mano amiga desde el trabajo que desempeñan. Pero lo importante es buscar el bienestar de los demás, ser indispensables en la vida (aunque siempre escuchemos que nadie lo es), porque ver a los demás crecer, mejorar y alcanzar metas (y más aún, cuando nosotros los hemos motivado a ello) da regocijo, da satisfacción, mucha alegría.
El deber cumplido a cabalidad genera también internamente satisfacción a pesar de que muchas veces no sea reconocido por los demás. Pero esto nos debe enseñar que nuestras obligaciones se deben cumplir no por el reconocimiento sino por el deber ser.
Cuando somos buenos padres y buenas madres, nuestros hijos no van a estar expresando “mis papás son los mejores” o la mayoría no lo van a agradecer; pero la mejor recompensa de esos padres abnegados será siempre ver crecer a sus hijos y que se conduzcan por el camino del bien. Esa es la verdadera alegría de la cual debemos embargarnos, porque no se debe buscar gloria personal ni triunfos efímeros. Ir más allá significa trascender, extender esa luz de esperanza para el que está abatido, esa fortaleza para el que está derrotado, ese ánimo para el que ha perdido la ilusión de seguir luchando. San Juan Pablo II lo precisó muy bien cuando unió la alegría con el servicio a los demás, “servir es el camino de la felicidad y de la santidad: nuestra vida se transforma, pues, en una forma de amor hacia Dios y hacia nuestros hermanos”
Vivir con alegría es un gran paso para alcanzar la felicidad, pues siendo agradecidos con lo que hemos logrado (sin basarnos sólo en lo material), con lo que hemos construido o formado (familia, amistades, relaciones laborales sanas), con lo que enseñamos y sembrado, mediremos nuestro sentido de humanidad. No estamos solos, estamos rodeados de muchas personas que requieren de nuestra atención y dedicación. Nos tenemos a nosotros mismos, y muchas veces ni nos damos el verdadero valor que nos merecemos. Nos menospreciamos y así, difícilmente vamos a vivir con alegría y mucho menos, transmitiremos este valor tan indispensable a los demás. Con la alegría disfrutamos de las pequeñas cosas, de un amanecer, un trinar de los pájaros, el delicioso sabor del agua, la brisa que acaricia nuestro rostro, la sonrisa de un niño, y demás circunstancias que por el día a día vamos haciendo a un lado y que se vuelven tan comunes.
No debe pasar de moda el decir a los demás cuánta falta nos hacen, cuán importantes son en nuestra vida, de resaltar sus fortalezas y de consolidar más aun los lazos de amor y de amistad. La razón de vivir está encaminada a ser felices y alcanzar esta felicidad es nuestra gran responsabilidad.
Los invito a partir de este día a disfrutar el gozo de la alegría en cada pequeña circunstancia de la vida como un hábito; con seguridad van a experimentar dicha, satisfacción y ganas de seguir viviendo y luchando por cada uno de ustedes y por sus seres queridos.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.
Blogs LaFamilia.info - 18.01.2016
Enero, mes de la empatía, símbolo del hacer el bien a los demás, de quererlos, respetarlos, de transmitir buenas obras y buenos pensamientos, en todo momento y lugar. Mes para pensar además en nosotros mismos, también en los demás.
Comenzar el año con una actitud de empatía nos ayudará a conocer a fondo el sentimiento de apertura hacia los demás. La empatía es un signo básico de compromiso social pues actuar con este valor de estandarte significa abrir los brazos y transmitir alegría, resplandecer con luz propia, con verdadero sentido de lo que significa amor al prójimo. Una sonrisa puede alegrar el día de quien tiene una carga muy pesada; un saludo puede superar la indiferencia más profunda en el corazón de quien se siente solo; un abrazo en el momento perfecto puede otorgar la gloria y la calidez para sobrellevar cualquier dolor.
Estamos vivos y en el lugar en donde actualmente habitamos solo por algo, pero eso lo tenemos que descubrir en el día a día, en el compartir cotidiano con los demás. No nos engañemos a nosotros mismos pensando en lo que pudo haber sido, en lo que pudimos haber logrado o alcanzado. Vivamos el presente y construyamos el futuro son tesón, con energía positiva, con perseverancia, constancia y optimismo.
Este inicio de año nos debe llevar por el sendero de la esperanza. Un año más de vida, ¿cuántos pasos faltan para que se detenga? ¿Cuánto tiempo más tenemos para compartir en familia, para construir sueños y alcanzar metas propuestas? No hay que pensar en ello, sólo en el que vivimos gracias a Dios y a su misericordia infinita, dando pasos firmes, seguros, bondadosos y con ansias de alcanzar el fin máximo en la vida: La Felicidad. Pero no aquella egoísta o en la propia, sino en aquella que se contagia y se transmite a los demás a través del ejemplo.
Todo lo anterior dependerá de lo que nos propongamos y de la manera como vivamos cada instante. De la actitud que pongamos, dependerá la experiencia que tengamos. Si hacemos todo cara a Dios, de seguro la cosecha que recojamos será abundante y trascenderá hacia todos los seres queridos.
Tan sencillo como pensar en nosotros debería de ser el ponerse en el lugar de los demás, entenderlos, comprenderlos, aceptarlos y demostrarles un gesto de amistad, tolerancia y aprecio.
“Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras” (Hb 10, 24)
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé.
Blogs LaFamilia.info - 21.05.2015
En los cuentos de princesas y de castillos encantados está la clave de la felicidad. Aunque muchas personas opinen lo contrario, sí existen los príncipes y las princesas. No aquellos seres perfectos, sin ningún defecto en la vida o situación por mejorar, sino, los que traen sueños e ilusiones a nuestra vida. Es verdad lo de las mariposas en el estómago, el soñar con los ojos abiertos, el volar por las nubes y el poder sentir que aquella persona que se ha conocido es el ser más maravilloso que ha existido, al que le conocemos como “la media naranja”.
Cabe resaltar que ese cuento mágico y maravilloso del cual no queremos despertar, seguirá latente si nos esforzamos por mantenerlo vivo, si luchamos día a día porque la llama del amor permanezca prendida a pesar de que a veces pierda un poco su intensidad por atravesar situaciones difíciles que son comunes cuando dos personas, hombre y mujer, se unen a través del amor puro y sincero.
Al sostener que este encuentro maravilloso -que se inicia desde el momento en que ambas personas se conocen, en que hay una química, ganas de continuar conociéndose, las palabras no se agotan, las miradas expresan amor verdadero y lo más importante, hay un complemento– es el inicio de una vida trascendente, en la que el uno es para el otro, y que la base de su relación es y será siempre la sinceridad y el respeto mutuo.
Una relación crece y se fortalece cuando se basa en valores, cuando se busca el bien del otro sin esperar recibir nada a cambio, es más que una alegría de hacer sentir feliz al ser amado. Sorprenderlo con una cena romántica, unas flores, unos chocolates; hacerle sentir que es especial, que es un ser único, al cual le debemos esa sonrisa que se dibuja en los labios cuando se acerca el momento del reencuentro.
También podríamos llamarlo la media manzana, la media luna, lo que nos guste asociar con esa persona que es nuestro complemento. Ambos nos hemos encontrado para lograr grandes cosas. Pensar que juntos podemos alcanzar la plenitud de los sueños, hasta compartir todos los espacios de nuestra vida, los anhelos e ilusiones, porque de ese encuentro no puede surgir menos que la idea de ser felices.
Pero esa felicidad tan anhelada se construye entre dos, no en un mundo de perfección, sino en la realidad de la vida cotidiana, entre problemas, afanes, largas horas de trabajo, el estrés y todo lo demás que pueda surgir dentro de lo natural.
Aceptarnos y aceptar sin pretender cambiar a nuestra pareja es uno de los elementos claves para construir una unión sólida. El amor es tan grande que amamos a pesar de las cosas que debemos mejorar porque somos seres perfectibles, que nos hacemos más personas en la medida en que trabajemos para escalar la propia mejora. Al hablar de aceptar me refiero a que pretendemos a veces cambiar absolutamente “todo” de nuestra pareja, su forma de hablar, de vestir, de opinar, etc. Y dejamos de lado su esencia, su forma de ser, de pensar y de sentir. No se trata de aceptar el irrespeto o las situaciones que vayan en contra de la dignidad de la persona, sino de tener tolerancia con opiniones, pensamientos y muchas veces, culturas y costumbres diferentes.
A veces nos dejamos llevar por los prototipos que se presentan a nuestro alrededor, en las telenovelas de moda, en las pasarelas, en las revistas de vanguardia, y en lo que vamos construyendo en el pensamiento propio. Somos tan exigentes con los demás y poco con nosotros mismos. Ejercemos tanta presión con lo que se presenta a nuestra alrededor y deseamos afanosamente demasiada perfección pero que es difícil encontrar porque el único perfecto es Dios.
Sí existe el amor verdadero, aquella persona que lo da todo por nosotros, se sacrifica y piensa en el bien de cada uno; que trabaja por un bienestar de la familia. Hay que reconocerlo y resaltarlo en ese ser querido que hace parte de nuestra realidad. Sólo así se construirá un castillo mágico cuya base será el respeto, el compromiso, la amistad y la unión para toda la vida.
Pero si este castillo se edifica sobre aspectos banales, no será perdurable, fácilmente se podrá derrumbar con todos los seres que allí se han ligado, en especial los hijos, que hacen parte fundamental del amor verdadero entre papá y mamá. Ellos sufren y se afectan significativamente ya que además de observar discusiones, desavenencias, indiferencias y muchas veces violencia, viven el conflicto tan hondamente que se sienten también afectados. Además, los roles de papá y mamá son la base y el ejemplo en la construcción de su propio cuento de príncipes y princesas, del amor, de la unión, del esfuerzo y del sacrificio. Qué ideas se formará cuando sea un adulto? Qué querrá para su vida en pareja? Qué imitará en sus relaciones interpersonales?
Cada cual vive su propia historia de amor. Es muy recomendable recordarla de vez en cuando. De seguro esa primera sensación que creímos perdida se asoma nuevamente a nuestra vida. Empezar a recopilar los aspectos positivos es muy valioso porque a veces al pasar de los años, se recuerdan solo las dificultades y los errores cometidos, más no los aciertos, y por ende, se abonan resentimientos, nostalgias, tristezas, que van carcomiendo nuestro interior y nos cohíbe de vivir con la plena convicción de alcanzar la felicidad.
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Licenciada en Educación Básica; especialista en Informática Educativa, en Gerencia de Instituciones Educativas y en Pedagogía e Investigación. Con amplia experiencia en docencia. Felizmente casada y madre de un hermoso bebé.