Me he demorado casi cinco años para escribir sobre la vocación de ser mamá y aún siento que me falta muchos años más por comprenderla, pero si algo tengo claro es que esta vocación tan hermosa, es uno de los roles más olvidados y menospreciados en el mundo de hoy.
Varias personas me preguntan: ¿Y tu qué haces ahora? Yo les respondo: “estoy en casa con mis tres hijos”. Pero vuelven y me preguntan: ¿y no trabajas? ¡Si! Claro que trabajo, trabajo de 7 de la mañana hasta las 8 PM, pero muchos días la jornada va hasta la media noche. ¿Acaso el preparar comidas, bañar y vestir a tres hijos, jugar con ellos, doblar ropa o limpiar casa no es suficiente para decir que no trabajo? Es una entrega y una donación diaria intensa, que equivale como a la vocación de una consagrada o una religiosa en pleno campo apostólico.
Desafortunadamente hoy en día la vocación de la maternidad ha sido relegada a un segundo plano, en gran parte por la presión social de que la mujer debe ser independiente y adquirir un éxito profesional. En muchos casos, también existe un factor económico que hace que la mujer deba poner su trabajo por encima de su rol de madre. Pienso que es importante para la mujer estudiar y realizarse en diversos campos, ¡claro que lo es!, pero no se nos puede olvidar a quienes tenemos la fortuna de tener hijos que la que la maternidad es un don y no un derecho, muchas mujeres quisieran ser madres y no pueden.
Le pregunté hace unos días a mi abuela qué significaba en su época ser mamá. Y me respondió: “Era, después del matrimonio ¡el paso más importante! Todas las mujeres anhelábamos ser madres y jugar con nuestros hijos. Hoy ya las parejas que se casan no quieren tener hijos y para mi un hogar sin hijos, es como una casa sin flores, siempre se vera triste. Con los hijos hay una razón para ser feliz”.
Ahora soy madre de tres hijos y mi bebé apenas cumple tres meses de nacida. Nunca como antes me había sentido tan cansada, ¡éste es sin duda el trabajo más exigente que he tenido! Parezco en una maratón diaria y aunque hay días que me revelo y me gustaría estar haciendo algo diferente, sé que el gastar mis mejores años productivos en mis hijos es lo mejor que puedo dejarles cuando me muera. Todos los días mi paciencia, generosidad y entrega son probadas al extremo, pero es precisamente ahí donde descubro la verdadera y autentica vocación de ser mamá.
Siempre he escuchado que detrás de un gran hombre, hay una gran mujer, pero solo hasta hoy lo comprendo, detrás de un gran esposo, hijo, estudiante o empleado siempre hay una gran mamá o abuela que lo guía y que ha entregado su vida por el, un trabajo heroico que deja huella.
Ser mamá no es aquella imagen que aparece en las revistas: una mujer bien vestida y siempre sonriendo con sus hijos, ¡no! Esta vocación saca lágrimas, risas y hasta ojeras. Hay días donde me pongo lo primero que veo en el clóset, ¡pues no tengo tiempo de más! Mi casa nunca está ordenada como me gustaría y aunque he tenido que renunciar a muchas cosas que desearía tener o hacer, sé que estos primeros años de vida son claves y que Dios nos presta unos hijos para amar, educar y compartir y su futuro depende de lo que nosotros ahora les brindemos.
Con esto no quiero decir que las mujeres no deberían trabajar fuera de casa, aquellas que deben o decidieron optar por trabajar fuera de casa, pueden seguir siendo igual de buenas madres, lo importante es no dejar todo en manos de las niñeras y estar conectados con lo que los hijos viven. En países como Nueva Zelanda o Australia hay muchos trabajos de medio tiempo, dándoles la posibilidad a las madres de tener un balance entre trabajo y vida familiar. Esta opción es menos viable en Sur América, ojalá esto cambie, porque en un mundo donde muchos matrimonios andan en crisis nunca como antes la vocación de ser mamá debe recobrar el valor que se merece, ya que de esto depende el futuro de las nuevas generaciones.
***
Comunicadora Social y Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, Colombia. Ha trabajado en el portal Colegios virtuales y como Coordinadora del proyecto Código de Acceso del periódico El Tiempo y la Fundación Antonio Restrepo Barco. En el 2006 emigró a Nueva Zelanda donde terminó un diplomado y un posgrado en el área de Gestión Humana en la Universidad de Canterbury. Actualmente es madre de tres hijos y ciudadana Neozelandesa. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra spambots. Usted necesita tener Javascript activado para poder verla.