Por Alberto Delgado / Blogs LaFamilia.info - 02.06.2020
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A mis amigos...
Repasaba hoy los primeros años de mi infancia, y con mi imaginación volvía a verme sentado al borde de la cama y a mi papá a mi lado. Hablaba él con Dios y me enseñaba a hacerlo; no tenía yo más de cuatro años pero con las pocas palabras que sabía, mi papá me decía que conversara con el Niño Jesús y con sus padres María y José. No me ensañaba todavía a recitar las oraciones tradicionales, sino a que con mis propias palabras conversara con ellos; también me decía que llamara al ángel de mi guarda para que me acompañara.
Jamás se borrarán de mi mente agradecida esas primeras conversaciones que teníamos mi papá y yo con esos maravillosos personajes, que nuestros ojos no veían, pero cuya presencia se sentía; mi mente infantil intuía que estaban allí, escuchándome con una atención llena de amor y de ternura. Mi papá hacía esto diariamente, pero cuando tenía que irse más temprano para su trabajo, mi mamá lo reemplazaba en ese “oficio divino” de ayudarme a hablar con Dios y con los Santos.
A veces no soy capaz de dominar mis recuerdos y doy paso a la evocación de sucesos para mí maravillosos. Hoy es uno de esos días, pues al contemplar el ejemplo tierno y sinigual de San José y de Santa María enseñando al mismo autor de la divina sabiduría, a orar con su Padre, a realizar pequeñas labores hogareñas y a colaborar con José en su trabajo ordinario, tuve que dar rienda suelta a mi imaginación.
Cuando nuestros hijos estaban todavía muy pequeños, los llevamos a ver la película titulada “Marcelino, pan y vino”, y comprobé embelesado que también ellos a pesar de su corta edad, se emocionaban profundamente al escuchar a Marcelino cuando le hablaba a un Jesús que colgaba de una cruz pobre y empolvada que había en el cuarto de los trebejos. “Tienes cara de hambre, le decía, creo que te pones triste porque estás muy solo”. Como éste hay muchos otros ejemplos que muestran la capacidad de los pequeños para captar los hechos.
Ahora quiero invitarte a que en estos días de reclusión obligada, hagamos esa hermosa tarea de iniciar a nuestros hijos en el conocimiento y en el trato con el Señor. Los niños empiezan a sentir la influencia de sus padres desde el vientre materno, y por eso éstos no pueden dejar pasar el tiempo para empezar a enseñarles, aunque creamos que no entienden. Sus mentes limpias y serenas están ávidas de sabiduría y de emociones, y nada puede ser más noble y de mejores consecuencias, que transmitirles la fe y la confianza que debemos tener con Quien sabemos que siempre nos escucha y está dispuesto a estrecharnos entre sus brazos amorosos.
Es indispensable seguir enseñándoles con la palabra y con el ejemplo, pues a medida que van creciendo asimilan mejor, pero si se interrumpen las enseñanzas, se corre el riesgo de que se desvíen. Podría suceder, a manera de ejemplo, que si un niño hizo su Primera Comunión y no se le siguió enseñando el significado y la grandiosidad de recibir al Señor, y no se le lleva a Misa para cumplir el precepto dominical y frecuentar la Comunión, ese niño recordará el día de su Primera Comunión como un hecho aislado y ocasional, pero su fe se queda corta, y sus padres omiten culpablemente el deber de alimentar y acrecentar la fe de sus hijos.
El hogar es la fuente insustituible de la formación de los hijos, es allí donde se imprimen en sus mentes y en sus corazones las bases fundamentales que regirán toda su vida, y el colegio solamente las complementa y las confirma. Lo que ellos reciben en el hogar marcará sus vidas y perdurará a pesar de todos los avatares e incidencias. Por eso esta tarea constituye un deber fundamental, y tiene mayor trascendencia que cualquiera otra enseñanza, por importante que parezca, en la formación de nuestros hijos, porque de ella depende en buena parte su salvación eterna y la nuestra.
Los matrimonios jóvenes, papá y mama por igual, y también los mayores, y los abuelos y los tíos, todos tenemos esta importante obligación y hemos recibido la capacidad y la gracia suficiente para llevarla a cabo. Siempre será oportuno, -nunca es tarde- para que empecemos a cumplir esta maravillosa misión de enseñarles a dialogar con el Señor. Anímate, empieza hoy o reanuda esta bella labor si ya la habías iniciado.
Alberto Delgado C.
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