Por Alberto Delgado/Blogs LaFamilia.info - 25.12.2020

 

 

Diciembre 25 es el día señalado por la Iglesia para festejar el nacimiento de Jesús, es la celebración más importante de la época de navidad, y debe ser el centro de todas las demás. 

 

Por eso hemos venido preparándonos desde hace cuatro semanas, con los acostumbrados arreglos y con la construcción del Pesebre, en lo cual hemos puesto todo nuestro empeño, para que en lo humano sea una morada digna y acogedora, de tal manera que exprese la veneración y la devoción hacia estos sagrados misterios.

 

También espiritualmente hemos venido preparándonos para esa grandiosa celebración, mediante el repaso cuidadoso y la consideración amorosa de todos los pasajes de la vida que María y José llevaron durante los días próximos al nacimiento del Redentor. ¡Con cuánto amor y divina ternura prepararían los vestidos y los pañales con que abrigarían al Divino Niño, para protegerlo de los intensos fríos del invierno¡ ¡Cómo sería el esmero y los sentimientos de intenso amor con que construiría José una preciosa  cunita para que allí se aposentara el Creador del universo, hecho Niño débil e indefenso!

 

Podemos imaginar el indecible amor, el tierno candor de sus conversaciones sobre la forma más amable y más delicada que emplearían para que el Dios Niño hallara en sus padres, todo el amor, la veneración y los más rendidos homenajes de quienes el Eterno Padre había elegido para que desempeñaran el grandioso encargo de cuidar y proteger a su Hijo Unigénito.

 

El rezo de la Novena que desde el 16 de diciembre hemos estado haciendo, adornado con las velitas y el canto entusiasmado de los gozos y de los villancicos, va empapando nuestros corazones de esa ansiosa, pero a la vez dichosa espera. Los continuos actos de fe y los propósitos de renovar en nuestras almas la gracia santificante, que es prueba de la amistad con el Señor, avivan aún más el ambiente de santa alegría llena de esperanzas y de ilusiones.

 

Posiblemente ahora no sea posible realizar estas celebraciones en la misma forma sencilla, desprovista de brillantes luces y de vistosas serpentinas, como se hacía en años ya lejanos, pero la evocación que los mayores hacemos de esas inolvidables navidades, contribuyen también a dar un toque de suave nostalgia a nuestras reuniones familiares.

 

No podemos pasar por alto el enorme contraste que hay entre las disposiciones del mundo judío, que eran de desconocimiento cerril a lo anunciado por los profetas, y de rechazo inhumano a José y a María cuando pidieron alojamiento en una posada al menos abrigada y segura, y la actitud que la Iglesia nos pide a nosotros para que, con corazón limpio y la debida preparación espiritual, demos a Jesús Niño la bienvenida este 25 de diciembre. Por eso, con todo el amor de que somos capaces y con los más grandes sentimientos de ternura, preparemos en nuestro corazón a este Niño Divino, la cunita suave y abrigadora, que repleta del amor nuestro, sea su digna morada. 

 

“Dispongamos nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido, con tal desprecio de todo lo terreno, para que Jesús recién nacido tenga en ellos su cuna y more eternamente”.

 

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Alberto Delgado C.

 

 

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