Por Jorge Yarce/Blogs LaFamilia.info - 21.06.2021
Optimismo es la actitud afirmativa ante la vida, que lleva a reaccionar con ánimo positivo y confianza frente las dificultades, con la convicción de que pueden afrontarse con éxito.
Un estudiante pregunta a su profesor, “para qué sirve todo lo que se estudia, si cada día hay más profesionales y cada día el mundo está peor, hay más pobres, más inseguridad y más hambre”. El profesor le responde: “La única manera de asegurarnos de que las cosas cada vez sean peores es lograr que todos los que estamos aquí pensemos como usted está pensando”.
Si queremos construir un mundo mejor, tenemos que imaginárnoslo, trabajar duro para construirlo, pero especialmente creer que es posible lograrlo. El optimismo lleva a mirar el horizonte de una manera diferente, sin deformarlo ni ignorar las dificultades, con los pies en la tierra y con el convencimiento de que las cosas pueden mejorar.
El optimismo se manifiesta en todo momento, pero, sobre todo, sale a relucir espontáneamente cuando las cosas no van bien. Con pesimismos y negativismos lo único que se hace es empeorarlo todo porque ánimo de quien las mira así, pierde fuerza y el porvenir se obscurece. Por ejemplo, si ante la ola de terrorismo que padece el mundo dejamos que el desaliento penetre a fondo en los espíritus, se pierden las fuerzas interiores necesarias para afrontar exitosamente el mismo terrorismo y el futuro, e incluso para poder pensar que esos fenómenos no son definitivos, que tienen que pasar, porque ese no es el estado normal de una sociedad.
No se trata de afirmar un optimismo ingenuo sino realista, que cuenta con las limitaciones de la condición humana y, en último término, con que el mundo no está gobernado por un destino ciego, por el azar o por fuerzas incontrolables. Existe Dios y existe su providencia sobre la historia humana, que no suprime la libertad del hombre, y sus designios sobre el hombre no son fatalistas, negativos, pesimistas o derrotistas.
Es más fácil ser negativos o dejarse llevar por el negativismo, como es más fácil destruir que construir, o no confiar o creer en lo que hacen los demás. Hay que darse cuenta, aceptar, lo bueno que hacen los otros, incluso para entender que lo que hace cada uno de nosotros a veces es mejor de lo que pensamos, no por vana complacencia sino por autoestima. Además, creer en lo que los demás hacen es un inmejorable motor generador de confianza, valor que va muy unido al optimismo.
Razones para ser optimistas
La autoestima, así como el conocimiento y valoración de los demás, son factores que ayudan a que el optimismo tenga bases sólidas y, en consecuencia, se logren los resultados esperados, se resistan airosamente las contrariedades y, seamos capaces de transformarlas en oportunidades.
Ser optimista no es ostentar actitudes triunfalistas. Tampoco manifestar alegría bulliciosa en todo momento. Es más bien una actitud basada en la seguridad de que las cosas cambian a mejor si se actúa positivamente, lo cual no depende del temperamento o de las ganas. El optimismo (como su contrario, el pesimismo) es contagioso, se transmite fácilmente y facilita un clima de apoyo mutuo entre las personas.
A veces, el optimismo se alimenta de reales o aparentes fracasos convertidos en experiencias de vida útiles, aleccionadoras, que llevan a confiar más en sí mismos y en los demás y a evitar que los errores se conviertan en un fardo insoportable. Juega mucho en todo esto la actitud ante las personas y los acontecimientos. Lo resumía así un líder: “Es más fácil trabajar con el que dice “no puedo” que con el que dice “no quiero”
El optimismo no ignora la realidad, ni desconoce su impacto, sino que evalúa objetivamente la importancia que tienen los hechos. El desengaño de ahora, o los problemas que padecemos en una determinada época, tienen un tamaño que con el paso del tiempo, y con las soluciones que se ponen para resolverlos, adquieren una nueva dimensión. Lo que parece sin remedio en la vida, muchas veces no lo es tanto, si se mira en otra dimensión.
Dar la vuelta al modo de ver las cosas
Hay que dar la vuelta, el giro grande a la manera negativa de las cosas para no caer cae fácilmente en la crítica destructiva, en la amargura, con las que sólo se hará más difícil el cambio de conducta de uno o de los demás. Y hace falta, para arraigar el optimismo una voluntad firme y afincada en lo que se quiere, y metas y objetivos claros.
Además, todos huimos del trato con la persona pesimista. Y debemos cultivar todo lo que refuerza el optimismo: el buen humor, el entusiasmo, la serenidad, la tranquilidad, la paz. No vivimos en el mejor de los mundos posibles pero podemos mejorar el mundo en que vivimos. El cambio hacia un mundo mejor lo hacemos quienes creemos en que el hombre no puede reducirse a sus instintos animales ni su vida al goce sensible o a lograr sólo el bienestar físico o el poder político o económico.
Plata (dinero), poder y placer forman una trilogía que trata de dominar en el mundo actual. Hay que empeñarse seriamente en que esa trilogía se cambie por la búsqueda del ser persona, del servir y de la solidaridad. Mucha gente esconde, detrás de un aparente modo de vida feliz, muchos problemas que no se atreve a confesar: excesiva preocupación por el dinero −cómo cuidarlo, invertirlo, gastarlo−, sobre la salud −cómo conservarla, mantenerse en forma, no dejar ver la huella de los años−, sobre el sexo −dependencia, búsqueda insaciable de experiencias−, sobre la muerte −temor a afrontarla, negación de lo evidente−, sobre la fe −no creen en Dios porque creen en cualquier cosa−, etc.
Una de las causas de fondo del pesimismo que anida en muchas manifestaciones del mundo actual es esa falta de fe, no mirar las cosas en la perspectiva de la eternidad. “Salvarán este mundo nuestro, no los que pretenden narcotizar la vida del espíritu, reduciendo todo a cuestiones económicas o de bienestar material, sino los que tienen fe en Dios, y saben recibir la verdad de Cristo como luz orientadora para la acción y la conducta” (J. Escrivá).
Se puede más con una gota de miel que con un barril de hiel
Recordemos el maravilloso testimonio de Hellen Keller: “La mayoría de la gente mide su felicidad en términos de placer físico y posesión material. Si la felicidad se pudiera medir y palpar, yo, que no puedo ver ni oír, tengo todos los motivos para sentarme en una esquina y llorar sin parar. Si a pesar de mis privaciones, soy feliz, si mi felicidad es tan profunda que se convierte en una filosofía de vida, entonces resulta que soy una persona optimista por elección. El optimismo es un hecho que reside en mi corazón”.
El optimismo no una simple corazonada o tender un manto sobre la ola de terror y de maldad de que son capaces la mente y el corazón humano. Es girar un cheque abierto a favor del bien de que es también capaz de albergar y de hacer el corazón humano: “Mi optimismo no descansa en la ausencia de mal, sino en la creencia de que el bien prevalece al final” (H. Keller).
Estamos llenos de conflictos y guerras en un mundo más avanzado científica y tecnológicamente que nunca. Los infartos, los cánceres devastadores, la violencia intrafamiliar, las enfermedades mentales, los deterioros emocionales, todo eso está al orden del día. Pero también lo está la lucha de muchísima gente por lograr su felicidad, por hacer las cosas bien, por ayudar al prójimo y por conservar la esperanza como un valor al que no se puede renunciar jamás.
El pesimista siempre encontrará razones para defenderse porque le falta coraje para formar parte de la solución. Hay que amar mucho más el sacrificio, esforzarse más por la virtud, que dejarse arrastrar por los acontecimientos, por los medios de comunicación o por las ideologías o las modas de ocasión. El optimismo es posible en la medida en que nuestra vida está anclada en principios fundamentales y en cuanto procuramos convertir nuestros sueños en realidad, comprometiendo nuestra libertad en cada momento, pensando siempre en la meta.
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Phd en filosofía de la Universidad de Navarra y de la Universidad del Laterano (Roma), profesor universitario, escritor y periodista, conferencista y consultor internacional especializado en comunicación, liderazgo, ética y valores. Durante 22 años director del Instituto Latinoamericano de Liderazgo-ILL, del cual es cofundador y fue 22 años Presidente. Cofundador, de Promec Televisión y de la Revista ARCO. Fundador y director de la agencia nacional de noticias COLPRENSA, articulista en 10 diarios regionales colombianos, autor de 26 libros sobre persona, educación, familia, comunicación, televisión, liderazgo, ética y valores. Su últimos libros son los tres volúmenes titulados "Las olas y el mar" que recoge su "obra selecta".