Para entender el celibato sacerdotal

LaFamilia.info
25.05.2009

En la Iglesia Latina, los sacerdotes y ministros ordenados, a excepción de los diáconos permanentes, «son ordinariamente elegidos entre hombres creyentes que viven como célibes y que tienen la voluntad de guardar el celibato «por el Reino de los cielos» (Mt 19,12)» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1579). En efecto, todos los sacerdotes «están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos, y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato» (Código de Derecho Canónico c. 277).

Don de Dios
Este celibato sacerdotal es un «don peculiar de Dios» (Código de Derecho Canónico c. 277), que es parte del don de la vocación y que capacita a quien lo recibe para la misión particular que se le confía. Por ser don tiene la doble dimensión de elección y de capacidad para responder a ella. Conlleva también el compromiso de vivir en fidelidad al mismo don.

Que capacita para la misión
El celibato permite al ministro sagrado «unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con mayor libertad al servicio de Dios y de los hombres» (Código de Derecho Canónico c. 277). En efecto, como sugiere San Pablo(1Cor 7,32-34) y lo confirma el sentido común, un hombre no puede entregarse de manera tan plena e indivisa a las cosas de Dios y al servicio de los demás hombres si tiene al mismo tiempo una familia por la cual preocuparse y de la cual es responsable.

Opción por un amor más pleno
Queda claro por lo anterior que el celibato no es una renuncia al amor o al compromiso, cuanto una opción por un amor más universal y por un compromiso más pleno e integral en el servicio de Dios y de los hermanos.

Signo escatológico de la vida nueva
El celibato es un también un «signo de esta vida nueva al servicio de la cual es consagrado el ministro de la Iglesia» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1579) y que él ya vive de una manera particular en su consagración. El sacerdote, en la aceptación y vivencia alegre de su celibato, anuncia el Reino de Dios al que estamos llamados todos y del que ya participamos de alguna manera en la Iglesia.

El celibato sacerdotal se apoya en el celibato de Cristo
El celibato practicado por los sacerdotes encuentra un modelo y un apoyo en el celibato de Cristo, Sumo Pontífice y Sacerdote Eterno, de cuyo sacerdocio es participación el sacerdocio ministerial.

El origen del celibato es primordialmente espiritual

En un artículo publicado en L’Osservatore Romano, Stefan Heid, Profesor de Liturgia y Hagiografía en el Pontificio Instituto de Arqueología Cristiana, precisó que en «su sustancia y origen el celibato es una decisión espiritual» que «requiere una fuerza interior».

Al referirse al origen del celibato en la Iglesia, el experto señala que las primeras grandes decisiones pastorales de los Papas, documentadas a partir del siglo IV, tenían que ver «con el celibato del clero. Esta, sin embargo, no era la primera vez que se hablaba de una disciplina célibe obligatoria y se reflexionaba sobre su significado y origen. Los Pontífice consideraban que el celibato era una tradición apostólica: el celibato venía entonces del periodo de los Apóstoles, del primer siglo».

Luego de comentar que en la Iglesia primitiva es cierto que habían algunos sacerdotes casados, Heid se cuestiona: ¿cómo se llega a la continencia en la vida de los clérigos? y responde: «De la vida de Jesús no se puede retirar la continencia, como no se puede eliminar los milagros o los exorcismos. Cuando Jesús hablaba de los eunucos a causa del Reino de los cielos, este discurso era entendido como de continencia perfecta por todo el grupo de discípulos, independientemente del hecho que los Apóstoles fueran casados o no».

«El estilo de vida apostólica: pobreza, continencia, misión; no eran sino la modalidad de vida del Señor y producía una fuerte fascinación en la Iglesia pascual y ha llegado a ser, por ella, el principio vital carismático. Esto constituía al mismo tiempo, también la raíz de la continencia de los clérigos que, al menos al inicio, no era una ‘disciplina’ pero correspondía a la alta exigencia moral y religiosa de los cristianos. En tal ámbito juega su rol también el aspecto sacerdotal. Es experiencia religiosa primitiva de la humanidad que la continencia sexual es una exigencia de temor religioso», continuó.

Seguidamente Heid precisó que «el celibato tiene una dimensión espiritual eminente, trasciende por mucho la cuestión disciplinar. Así ciertamente, según el juicio de la Iglesia primitiva, el celibato eclesiástico tiene una relevancia dogmática».

«Cuando los Padres de la Iglesia afirman, implícita o explícitamente la apostolicidad, en concordancia con la Escritura y la irrenunciabilidad de la continencia de los clérigos, entonces según la terminología hodierna (sostenida también por ejemplo por Karl Rahner), califican la continencia como de derecho divino», agrega.

Malos ejemplos no invalidan el celibato sacerdotal

El Obispo de Posadas, Mons. Juan Rubén Martínez, explicó que no se puede reducir el celibato a una «mera imposición de la Iglesia» y precisó que «los malos ejemplos y aun nuestras propias limitaciones no invalidan el aporte de tantos que antes y actualmente dan su vida por los demás».

Mons. Martínez precisó que «desde una visión materialista que ‘sólo’ comprende al hombre desde lo fisiológico e instintivamente, difícilmente se puedan entender estos valores como un ‘don de Dios’, como un regalo e instrumento de servicio a la humanidad y al bien común»; y reconoció que «desde una antropología materialista por supuesto el matrimonio monogámico y el celibato serán considerados como algo antinatural».

Sin embargo, advirtió que «reducir el celibato a una mera imposición de la Iglesia es de hecho una falta de respeto a la inteligencia y al mismo Cristo que era el ‘sumo y eterno sacerdote’, ‘célibe’, que dio su vida por todos nosotros y que Él mismo recomendó; a los textos bíblicos que tienen una profunda valoración al celibato y a la castidad por el Reino de los cielos; y a los Padres de la Iglesia, doctores y pastores desde el inicio apostólico y hasta el presente».

El Prelado indicó que «el unir el celibato y el sacerdocio ministerial es una opción por una mayor radicalidad evangélica hecha por la Iglesia desde su potestad y respaldada por la Palabra de Dios y el testimonio de los santos y tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia desde este don, y aun desde sus fragilidades trataron y tratan de donarlo todo en exclusividad a Dios y a su pueblo. Los malos ejemplos y aun nuestras propias limitaciones no invalidan el aporte de tantos que antes y actualmente dan su vida por los demás».

Recordó que el Papa Benedicto XVI en su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, dice que «una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraído por Él, desde los primeros siglos del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical».

El Obispo sostuvo que «desde una comprensión correcta de la persona humana, también se puede entender que la sexualidad es un vehículo que no solo hace a la generosidad, sino que puede instrumentar la donación de la propia vida en el amor a los demás. En definitiva, porque la persona está hecha para el amor y donándose es en donde se plenifica».

Por último, Mons. Martínez alentó a rezar por las vocaciones sacerdotales y religiosas, con «la confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana», y agradeció a Dios porque «Él sigue obrando el llamado y la respuesta de muchos jóvenes a consagrase a Dios y a sus hermanos. Responden al llamado porque creen en el amor».

El celibato es una provocación al mundo superficial

Manfred Lütz, psiquiatra consultor de la Congregación del Clero de la Santa Sede, responde en un extenso e interesante artículo a quienes consideran que la vivencia del celibato no es «natural» y explica cómo esta opción de los sacerdotes y religiosos no solo es necesaria para la vivencia plena de su vocación, la dirección espiritual, y es una «provocación» al mundo superficial que no cree en la vida después de la muerte.

En un artículo publicado en L’Osservatore Romano, el experto comenta que «el celibato es una provocación. En un mundo que ya no cree en una vida después de la muerte, esta forma de vida representa una protesta permanente contra la superficialidad colectiva. El celibato es el mensaje vivido que anuncia que el mundo terreno, con sus alegrías y dolores, no lo es todo».

«Sin una pizca de duda –continúa el psiquiatra– si con la muerte terminase todo, el celibato sería una idiotez. ¿Por qué renunciar al amor íntimo de una mujer, por qué renunciar al encuentro profundo con los hijos, por qué renunciar a la sexualidad? Solo si la vida terrena es una parte que encontrará en la eternidad su cumplimiento, entonces el celibato, como forma de vida, puede dar luces a esta vida. Solo así esta forma de vida anuncia en voz alta una vida de plenitud, que fue ya intuida por hombres de muchas épocas, cuya realidad se ha hecho visible a todos los hombres solo a través de Jesucristo, en particular a través de su muerte y Resurrección milagrosa».

Tras hacer un breve recorrido del celibato en la Iglesia y cómo a través de los tiempos siempre ha sido estimado como de gran valor por los creyentes, pese a algunas crisis en las que fue cuestionado como la del siglo XIX en Friburgo, Alemania, el consultor de la Congregación del Clero destaca como «quien no logra renunciar al ejercicio de la sexualidad no está en capacidad» tampoco «de unirse en vínculo matrimonial».

Para Manfred Lütz la manera de ver la sexualidad que ve a la mujer «como objeto de satisfacción de un impulso personal, tiene un rol clave en la crítica del celibato». Explicando esta manera de aproximarse a este tema, el psiquiatra comenta que incluso los esposos en ocasiones no pueden ejercer su «sexualidad genital plenamente, por ejemplo a causa de una enfermedad temporal o por una discapacidad permanente. En esos casos, una relación de pareja verdaderamente profunda no es destruida por esto, sino que es enriquecida. Del mismo modo el asunto del celibato no debe concentrarse solo en el asunto de la sexualidad genital, sino que debe verse el celibato como una forma de relación determinada, que permite una relación profunda con Dios y una fecunda relación con las personas confiadas a la cura personal del sacerdote».

El experto psiquiatra indica además que «no es cierto lo que se escucha a menudo sobre que una guía espiritual para casados sería mejor si fuera dado por esposos. Una guía así corre siempre el riesgo de revivir inconscientemente las experiencias del propio matrimonio y de transformar las propias emociones en acciones, sin reflexionar, por un mecanismo psicológico».

«Por ello –prosigue– necesita solidamente de un monitoreo, para impedir que esto suceda. Al contrario, una buena guía espiritual tiene considerables experiencias existenciales con muchas parejas casadas. Y así se puede llegar a los casos más difíciles. Esto explica, por ejemplo, la sorprendente fecundidad de los escritos sobre el matrimonio de aquel gran pastor de almas que fue el Siervo de Dios Juan Pablo II».

Finalmente y tras explicar que el celibato no es para los narcisistas que buscan siempre que todo gire sobre sí mismos, Lütz recuerda que el sacerdote «debe sobre todo interesarse por los otos seres humanos y sus miserias, debe olvidarse de él, y debe hacer visible, detrás de sus palabras, el esplendor de Dios antes que sus propias miserias».

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