Cómo funciona el cerebro de los niños

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Algo que nos preocupa a los padres es cómo ayudar a nuestros hijos en su formación como personas. El conocimiento de la maduración cerebral nos puede ayudar, pues es el sustrato anatómico para ir construyendo su carácter y personalidad, partiendo de sus cualidades singulares. Sabiendo que el ser humano no se reduce a materia… ni a neuronas.

El desarrollo humano se realiza especialmente en las primeras etapas de la vida, favorecido por la curiosidad y la capacidad de asombro de los niños, que, como señala Tomás de Aquino, son su «motor» de aprendizaje. También por la capacidad de admiración, que es como la “chispa” que enciende la atención. Y con los estímulos de la vida cotidiana, en un ambiente saturado de cariño y oportunidades, como es la familia. Porque la persona «se hace», «se construye» y “re-construye”, en la familia, ámbito propio del amor y de las relaciones verdaderamente humanas.

¿Cómo es el desarrollo cerebral?

El cerebro es un órgano que capta la información y la procesa e integra en distintas áreas de forma muy compleja. Tarda muchos años en «formarse» y madurar, y siempre se está adaptando al entorno.

Su formación se realiza desde la gestación, consecuencia de la multiplicación de neuronas y la formación de conexiones o sinapsis entre ellas, especialmente en el primer año de vida. Los genes determinan el patrón y funcionamiento básico de circuitos cerebrales, pero influye el ambiente y las hormonas, sobre todo en la adolescencia en la que se produce una elevación considerable en sangre.

Ya desde el embarazo aparecen cambios según el entorno, la relación con los demás, el sonido de la voz de la madre…, y más tarde por el ambiente, la familia, las miradas cálidas, la atención e interés de los padres, el cariño, y por la impresión que nos causan las distintas situaciones. También por las propias acciones, que van moldeando el cerebro de cada persona, gracias a la plasticidad que posee.

Dicha plasticidad es mayor en las primeras etapas, especialmente al año, y luego va disminuyendo. Y presenta otro pico en la adolescencia: momento en el que precisa una reestructuración cerebral para fundamentar unas capacidades superiores, como el propio pensamiento.

Desde que el niño está en la cuna, con los tiempos de sueño, comidas, higiene, paseos por el parque, sonidos de los pájaros, del viento, el sol que acaricia su piel, olores de las flores, de la naturaleza, sensaciones de frío o calor, humedad…, hay un crecimiento neuronal, y sobre todo se forman múltiples ramificaciones y sinapsis en ellas. Es un periodo de gran “explosión” sináptica.

Cuando va creciendo, con horarios, actividades diarias, ambiente familiar, pequeños encargos…, a base de ejecutar unas acciones y de repetirlas sucede lo mismo: hay una gran formación y reforzamiento de sinapsis y aprendizaje.

Además siempre nos observa atentamente, y aprende jugando con su cuerpo, con los objetos, midiendo distancias, calculando fuerzas, controlando la postura…, e intentando imitarnos.

Le gusta repetir una acción hasta asimilarla y hacerla suya. Por eso es necesario darle libertad de acción, que tenga un buen modelo, y saber seducir con la belleza de unos valores auténticos, nobles, hechos vida. Tenemos en nuestras manos el poder ayudar a formar el cerebro de nuestros niños, partiendo de su singularidad y cualidades personales que debemos descubrir y fomentar.

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En esta etapa, hace falta acompañarles en su crecimiento, ir guiando su aprendizaje, respetando sus ritmos naturales, esos periodos mas sensibles que son como “ventanas” en las que está preparado para adquirir unas funciones innatas, como la percepción por los sentidos, el movimiento y la deambulación, el habla y el lenguaje, o unas características y valores del ser humano.

Es preciso ayudarles a descubrir el mundo, insisto, en un ambiente inmerso en cariño, como lo es la familia. Teniendo en cuenta que las emociones son vitales en todo tipo de aprendizaje. El cerebro lo capta mejor porque esta preparado para dar importancia a lo que es vital para la persona. El resto le parece más accesorio.

El periodo más importante, de formación de innumerables sinapsis, es el primer año, hasta los 6-8 años, aunque se puede prolongar hasta los 12 con algunas características más.

En estas fases del desarrollo es necesario dejarles conocer las cosas desde su «interior», contar con sus ritmos de crecimiento, sus periodos críticos del desarrollo, su tranquilidad e inocencia, sus tiempos de descanso, de juegos, de imaginación, de inventar cosas, situaciones, disfraces…, proporcionándoles un buen ambiente, tranquilo y rico, para que vayan conociendo el mundo, interiorizándolo, y relacionándose con los demás.

Los niños necesitan experiencias para fomentar el movimiento, las percepciones sensoriales, crear orden, desarrollar el lenguaje… Necesitan escoger, tomar decisiones y hacer sus elecciones. Podemos apoyarnos en la belleza, acercarnos a la naturaleza, contemplarla, porque siempre miran todo con «ojos nuevos” y ven mucho más de lo que a nosotros nos parece. Es fundamental no darles todo resuelto, no interferir en su proceso de desarrollo con “hiperactividades” que no les dejan estar reposadamente, para que puedan tener introspección y construirse ellos mismos.

¿Qué es la maduración cerebral?

Esta maduración se realiza desde zonas más primarias y posteriores, a zonas anteriores y más complejas. Las más primarias, e internas, permiten funciones vitales para la persona, como la respiración o la función cardíaca, el sueño… En este sentido el sueño en las primeras etapas es fundamental en el desarrollo cerebral, así como para el crecimiento y aprendizaje. Ahí se consolida lo que han vivido en ese día.

A nivel de lóbulos cerebrales, lo primero en madurar son las áreas sensoriales, con el conocimiento perceptivo, experiencial, captado por sus sentidos. Luego se integrará en distintas zonas de la corteza. Así como las que coordinan el movimiento, también en el cerebelo. Por eso les encanta moverse, y es muy necesario. Necesitan hacer cálculos motores, posturales, sensibilidad gruesa y fina…, y repetir esas acciones hasta asimilarlas. Así graban programas premotores que usarán toda la vida. Y de ese modo pueden explorar, conocer, y luego expresarse. La capacidad de movimiento permite el desarrollo de otras capacidades como el pensamiento, la comunicación y la relación con otras personas.

Más adelante el habla y el lenguaje, que permite pedir objetos, interactuar y relacionarse mejor con los demás, aumenta el conocimiento del medio en que se encuentra y estimula el pensamiento y la imaginación.

Posteriormente la zona cognitiva y emocional, gracias a algunas áreas de la corteza y al sistema límbico, muy relacionado con la afectividad, donde se capta la realidad teñida de afectos. Las capacidades cognitivas precisan ese captar información por los sentidos, y la relación con el entorno. Luego la atención filtra lo que interesa o no, también por la novedad o la sorpresa, y se focaliza el aprendizaje. En lo emocional, que también tamiza las percepciones, los sentimientos son estados de conciencia situados entre dos polos: agradables o desagradables, buenos o malos. Cada persona percibe la realidad de una forma singular y concreta, personal, según su modo de ser y su afectividad. Y esto se ve favorecido por la interactuación con otras personas.

Y lo último en madurar, que se inicia desde etapas anteriores, y se desarrolla más en la adolescencia, es la corteza prefrontal: lo más específico de una persona, con sus conexiones a otras áreas. Es la base anatómica de funciones cognitivas superiores, control de impulsos, toma de decisiones, el juicio, la planificación, la voluntad, la empatía… etc. Y esto no se finaliza hasta los 25-30 años o más.

En la adolescencia sucede un remodelado del estrato cerebral. Hay una poda selectiva de neuronas y circuitos que no se usan para dar cabida a dichas funciones superiores que deben construir. Y se refuerzan circuitos que más se usan.

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Por eso, el cerebro adolescente no ha terminado de madurar: es más, está en pleno proceso de cambio. Esta experimentando todo de nuevo. Se están cuestionando todo y descubriendo a sí mismos, aunque no se reconocen. Son todo emociones vividas al máximo, pero el control de ellas y la toma de decisiones es todavía inmadura. No tienen el sustrato neurológico para ello. Debemos estar pendientes de ellos, aunque en un segundo plano, y guiarles en su maduración. No podemos dejarles solos ante algunas situaciones que no pueden controlar.

Resumiendo, podemos aprovechar este conocimiento del desarrollo neurológico en la educación de los hijos, en su maduración, para permitir y reforzar las sinapsis adecuadas que le van a ayudar durante toda su vida. Siempre contando con su libertad, con su capacidad de elección, y dándoles la libertad que puedan manejar en ese momento, y así aprendan a ser responsables. Porque, las acciones del día a día crean hábitos, con sus correspondientes sinapsis y conexiones entre zonas cerebrales, y estos hábitos van modelando el carácter de cada persona, con sus específicas fortalezas también, si las sabemos descubrir y estimular.

*Colaboración de Mª José Calvo para LaFamilia.info. Médico de familia por la Universidad de Navarra y Orientadora familiar y conyugal por IPAO, y a través del ICE de la Universidad de Navarra. Colaboradora habitual en la revista “Hacer Familia” sobre temas de pareja. optimistaseducando.blogspot.com.co  

Por Mª José Calvo para LaFamilia.info


 

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