Las consecuencias de ser “papá – amigo”

Pilar Sordo – 16.02.2009

“Me toca ver cómo los papás han ido perdiendo el control sobre los hijos” afirma la reconocida psicóloga chilena Pilar Sordo en este artículo, quien recuerda que la autoridad de padre no se puede convertir en amistad, pues pierde todo sentido.

A continuación publicamos apartes del escrito. 

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Algo pasó con nuestra generación, la de los cuarenta. Parece que no nos gustó cómo nos educaron o, lo que puede ser peor, no supimos agradecer todo lo bueno que ésta tuvo. ¿Por qué? Se preguntarán ustedes. Lo que pasa es que los adultos renegamos de la educación que nos dieron y decidimos cambiarla por completo.

 

Es como si hubiéramos dicho algo así: ‘lo pasé tan re mal con mis padres estrictos; me faltaron tantas cosas cuando niño; tuve un padre tan complicado y distante, que yo no quiero que mis hijos pasen por lo mismo. Por eso yo, como papá y mamá, les voy a dar todo lo que pueda, porque quiero que ellos sean felices’.

 

Así nació una generación de padres distintos. Esto, además, apoyado por ciertas corrientes sicológicas que planteaban en forma errónea que los padres debían ser amigos de sus hijos.Esta frase tan internalizada en nuestra sociedad apunta y lo quiero dejar en claro desde ya, a que los padres deben ser cálidos e incluso ser ‘buena onda’ con los hijos; lo que pasa es que tiene que privilegiarse el rol educador. Yo soy mamá y mi función es educar a mis hijos, y eso muchas veces es una pega agotadora en la que tengo que poner límites, tomar decisiones por ellos que muchas veces no les gustan, decir que no muchas veces al día, y mantener una consistencia educativa que traspase mis palabras, que esté amparada en los hechos.

 

Gran parte de los problemas que tienen nuestros hijos hoy, como la escasa motivación por los estudios, baja tolerancia a la frustración, la impaciencia y esta ‘lata’ generalizada, con una sensación de soledad inmensa, se debe a que a los padres se nos olvidó ser autoridad. Nosotros somos los que mandamos en la casa, nos guste o no; nosotros decidimos qué se come o no se come, por lo menos, la mayoría de las veces; nosotros decidimos si nuestros hijos van o no a ver a sus abuelos, porque si no, ellos no lo van a hacer por propia voluntad y, por lo tanto, van a crecer sin historia y sin valorar la experiencia.

 

Pérdida de control

 

Me toca ver cómo los papás han ido perdiendo el control sobre los hijos, y dicen cada vez más frecuentemente frases como: ‘No sé qué hacer con mi hija’, y cuando pregunto la edad, me entero de que tiene dos años y medio; yo no sé lo que pretenden hacer cuando la niña tenga 15 años. También es frecuente escuchar a padres que les dicen a los profesores: Dígale usted que se corte el pelo, porque a mí no me va a hacer caso. O dicen: ¿Cómo lo obligo a hacer esto o aquello si no tiene ganas?

 

La razón de todo este modo de funcionamiento se debe a un sinnúmero de factores, entre los más importantes están: la tendencia generalizada a evitar cualquier tipo de conflicto. Con tal de no verle la cara larga a nuestro hijo somos capaces de hacer lo que él quiere. Evitamos los conflictos todo el día, según nosotros porque tenemos muchos problemas por fuera de nuestras casas como para tener adentro de ellas y, por lo mismo, transamos en lo único en lo que no debiéramos hacerlo: La educación de nuestros hijos.

 

Otro factor es el supuesto poco tiempo que pasamos con nuestros hijos. Digo supuesto porque, en realidad, si un papá tiene una hora para ver las noticias, tiene en realidad una hora para estar con sus hijos, lo que pasa es que prefirió ver las noticias.

 

Miedo a ser mala honda

 

El tema de ser padres-amigos de nuestros hijos tiene muchas aristas, algunas son sociológicas, como las que de alguna manera explicaba antes, pero también tiene que ver con lo sensibles que somos los adultos de hoy al rechazo de nuestros hijos. No queremos verles la cara larga, que nos digan que somos anticuados, distintos a los padres de sus compañeros, que somos ‘mala onda’. En realidad, queremos ser papás buena onda, aparecer como evolucionados y esto nos hace ser tremendamente ambiguos en nuestra forma de educar; nos cuesta decir que no. Nos vamos en cuarenta explicaciones, somos los reyes de los ‘depende’, con lo que metemos a los niños en una red de inseguridades que les impide conocer qué es correcto y qué no y todo parece permitido.

 

Las consecuencias de ser papás-amigos son muchas: los niños no tienen un referente distinto de sus amigos para educarse, desarrollan una pésima tolerancia a la frustración porque los padres no les dicen que no, y si lo hacen, cambian fácilmente con ciertas manipulaciones.

 

Los hijos se transforman en manipuladores porque ya saben que pueden hacer lo que quieran, todo está en cómo lo pidan. Al final, los adolescentes se sienten solos y poco seguros porque en un principio es entretenido tener papás así, pero con el tiempo ellos empiezan a sentir que necesitan de alguien que los guíe porque si no, se mueren de angustia.

 

Los niños, en su desarrollo sano, necesitan límites, disciplina y conductas fijadas por los padres, mezclado con el afecto: es la fórmula para una buena educación. Ternura y disciplina parece ser la clave. 

 

En general, de acuerdo con mi experiencia, me topo frecuentemente con estos papás-amigos que no saben cómo salir del embrollo en que se metieron un poco producto de su visión cortoplacista de ‘total ya van a crecer’, ‘son niños’, ‘ le ponen mucho color’, etc., y cuando quieren poner límites cuando son más grandes, es demasiado tarde.

 

Existe otro porcentaje de papás que, aunque me duela decirlo, no está ‘ni ahí’ con educar a sus hijos; esos que contratan radiotaxi los fines de semana por la ‘lata’ de tener que ir a buscarlos. Esos niños que están literalmente ‘a la que te criaste’, sin ninguna norma. Y estos padres tienen la “patudez” de decir que confían en sus hijos y por eso no les ponen límites. También existen, los que están tratando de ser amigos con sus hijos y les dicen a todo que bueno. ¿Cómo no les van a comprar celular si todos tienen? Capaz que el hijo se traume, sin entender que le están diciendo que vale desde que lo tiene y no antes.

 

Papás que les dan permiso para todo, que fuman con los hijos, que toman con ellos para que ‘aprendan’, que les financian los piercing y la ropa más rara que les piden. Papás que les permiten a sus hijos, por miedo al rechazo, que reciban amigos en sus piezas, entendiendo que ellos necesitan ‘privacidad’ y no son capaces de decir que para eso está el living y no las camas.

 

Estos papás-amigos no colocan límites, pero tampoco dan mucho cariño, no abrazan porque van a ser rechazados, no dicen ‘te quiero’ por temor a hacer el ridículo y, por lo tanto, tampoco son consistentes en la forma de educar.

 

Por supuesto que existen los que lo están haciendo bien, que ponen límites, que retan cuando hay que retar, que cumplen los castigos y también lo bueno, que entregan afectos, que tocan, que besan, aunque los adolescentes los rechacen, ya que entienden que eso es una pose y que no quiere decir que no lo necesiten. Son papás que entran a las piezas de sus hijos aun cuando la puerta esté cerrada, que dicen ‘te quiero’, pero con la misma claridad son capaces de decir que no, aunque eso implique tener al ‘niño’ o la ‘niña’ con cara larga varios días. Quizás es porque entienden que la educación es una siembra diaria, en la que la cosecha no se ve de inmediato, y que, por lo tanto, hay que preocuparse día a día.

 

Apartes de un artículo de la autora y psicóloga chilena Pilar Sordo

 

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