Sí, hablemos de sexualidad

Alfonso Aguiló Pastrana / 14.11.2011

La táctica del silencio en estos temas es siempre deplorable. El hecho de que se plantee una cuestión es señal de que está ya en edad de contestarle.

Deben acertar a captar ahora, cuando todavía no está despierto en ellos con toda su fuerza el instinto sexual, la naturaleza de ese amor humano.

 

Los niños ya desde pequeños muestran curiosidad por las cosas relacionadas con el origen de la vida y suelen hacer preguntas en este sentido. Y son los mayores quienes a veces pueden proyectar lo turbio de su propia sexualidad en la pregunta del niño o la niña, en la que no hay sino curiosidad sencilla, pasmo, sorpresa o, como mucho, ligera picardía.

 

Si los mayores no obran con naturalidad, los chicos cazan al vuelo que en su pregunta hay algo raro, que no se les contesta de la misma manera que otras veces, e incluso que no se les contesta. Entonces la curiosidad aumenta, y como ven que en sus padres no van a encontrar respuesta adecuada, preguntan por otro sitio. Y les llega el descubrimiento a través de otras personas que, casi siempre, lo hacen de forma torcida, maliciosa, causándoles una impresión que será difícil borrar y que, en muchos casos, puede influir negativamente en su futura vida afectiva y moral.

 

¿Cómo se logra la naturalidad?

 

La educación sexual es algo que debe darse fundamentalmente en casa, que compete en primer lugar a los padres. Una tarea en la que –se trate de un chico o de una chica– ni el padre ni la madre deben desentenderse.

 

No importa que no seas un gran orador ni un gran experto. Eres su padre, o su madre, y eso es lo importante, porque a los padres corresponde dar una respuesta –clara y a tiempo– en esas cuestiones. Además, no es tan difícil. Hay que documentarse un poco, quizá leer algo sobre el tema, pedir consejo, y… lanzarse. Te saldrá mejor de lo que imaginas.

 

Lógicamente, será mucho más fácil si has sabido ganarte la amistad y confianza de tu hijo. De todas formas, si no estás muy satisfecho a este respecto, quizá sea ésta una buena ocasión para empezar a resolverlo, porque hablándole de cosas serias, que le interesan, aumentará tu confianza con él o con ella. Puede ser un paso importante en ese afianzamiento de vuestra amistad.

 

Ponerse a su nivel

 

Hay que saber ponerse a su nivel, contestar a todas sus preguntas, y facilitarles que hablen con confianza. A esta edad están muy receptivos ante estas cosas, y muy interesados. No rehuirán –al contrario– una conversación orientadora al respecto.

 

Como se trata de algo muy vinculado al mundo afectivo de cada persona, es preferible tratarlo de modo individual. Y cuando hay que entrar en más detalle, nadie mejor que papá para explicar todo al chico, con palabras que entienda, y mamá a las niñas. De uno en uno, a la edad adecuada y con naturalidad.

 

No seas ingenuo: es mayor de lo que parece

 

Es curioso observar con qué facilidad algunos padres olvidan su propia infancia y consideran a sus hijos almas cándidas e ingenuas, libres de todo peligro o tropiezo. Son quizá poco conscientes del desarrollo sexual de sus hijos y de cómo han cambiado las cosas en los últimos años.

 

No hay que olvidar que se ha pasado en poco tiempo de una época en la que se daba muy escasa información sexual, al extremo contrario, en el que es raro encontrar un chico o una chica de esta edad que no haya contemplado en la televisión o por la calle escenas que sin duda le habrán impresionado bastante y le habrán abierto muchos interrogantes.

 

Hay que lograr que pregunten, y que se lancen a hablar con claridad. No hay miedo de que pregunten algo inconveniente: sienten curiosidad y se plantean preguntas precisamente sobre los temas que conviene aclararle a cada edad.

 

Ojo a la terminología

 

Un primer problema es que puedes emplear palabras que ellos no entiendan. Háblale con precisión, sin evadirte, y sin faltar a la verdad. Empieza por traducirle el argot a términos más correctos y todo irá mejor. Procura emplear desde el principio las palabras que se emplean en anatomía y fisiología para determinar los miembros y actos relacionados con el sexo. Cuando lea u oiga hablar sobre estas cuestiones, le alegrará comprobar que desde el principio ha sabido bien las cosas, que no le han ocultado nada y ya lo sabía todo, incluso con las mismas palabras.

 

El síndrome del manual de instrucciones

 

Hemos dicho que hay que hablarles con verdad, a fondo, y empleando los términos más exactos que sea posible. Pero no es cuestión sólo de explicarle todo de modo aséptico, como si fuera una información técnica, haciendo las veces de una enciclopedia.

 

Tan grave sería el angelismo de las explicaciones irreales e ingenuas, como el error opuesto, que se limita a un biologismo puramente científico, como quien hablara de la síntesis de la glucosa en el hígado o de la circulación de la sangre: es evidente que estos temas requieren un tratamiento distinto.

 

No podemos reducir la formación afectivo-sexual a leerle un manual de instrucciones sobre la facultad generadora. Para eso hace falta poco ingenio. Hay que hacerlo –por supuesto–, pero reducirse a eso sería olvidarse de la trascendencia de su maduración afectiva, por la que llegará a ser dueño de sí y aprenderá a comportarse correctamente en sus relaciones con los demás. Lo que requiere arte y tiempo es formar correctamente, no simplemente informar.

 

Visión de futuro

 

Tampoco está de más pensar ya en prepararle para el amor matrimonial. Quizá al lector parezca extraña semejante afirmación. ¿Hablar ahora del amor matrimonial a un chico o una chica que no ha llegado siquiera a los doce años? La razón es la misma de siempre: aunque es algo que concierne de modo más directo a edades superiores, un tratamiento excesivamente tardío o ingenuo de estas cuestiones tendría luego difícil arreglo.

 

Para pensar…

 

No es recomendable recurrir a la fábula –hablar de cigüeñas, de que los niños vienen de París, o historias semejantes– para escapar de las dificultades que lleva consigo la educación sexual. La naturaleza humana aspira a la verdad y el niño o la niña, por pequeños que sean, tienen derecho a ella.

 

No podemos reducir la formación afectivo–sexual de los niños a una instrucción sobre el comportamiento fisiológico de los órganos sexuales, como si se tratara de una simple información biológica sobre el aparato sexual masculino y femenino y de su funcionamiento, y de cómo se origina el ser humano, o cómo nace.

Debe prestarse una gran atención a la educación de la afectividad, de modo que –a pesar de su corta edad– puedan ir intuyendo la naturaleza del amor humano: cómo dos seres humanos dan y reciben amor, y cómo el sexo pertenece a la intimidad humana y que debe ejercerse en el marco de una donación personal.

 

Y actuar

 

¿Cuándo? Hay que aprovechar las ocasiones más favorables, que de ordinario se presentan cuando hace preguntas sobre estos temas. Siempre hace preguntas que pueden dar lugar a entrar en materia, salvo que le retraigas de hacerlas por culpa de la parquedad de tus respuestas o por el aire de misterio que pones. Busca la ocasión oportuna. Y si parece que la ocasión oportuna nunca llega, ten en cuenta que se puede crear la oportunidad.

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