La conciencia moral y su desarrollo

Bernabé Tierno / 25.06.2007

Paralelamente al desarrollo psicoafectivo del niño, en los primeros años tiene lugar la educación moral.

Aunque esta conciencia se va desarrollando en el niño desde el nacimiento con las observaciones que hacen los progenitores sobre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo permitido y no permitido, la verdad es que, de alguna manera, desde muy pronto existe en el niño una cierta noción del bien y del mal, una verdadera necesidad ética y una exigencia de normas fijas.

Entre los cuatro y seis años, el niño no aplica todavía ninguna regla, su conducta prácticamente la reduce a imitar a los adultos. Es necesario que sus padres le dejen bien claro y le demuestren, con su modo de proceder, lo que está permitido y lo que no, lo que le conviene y lo que puede perjudicarle, lo que es justo y lo que no lo es.

Cómo evoluciona por edades

A los cinco años, el niño, además de imitar a los mayores, es básicamente servicial y obediente, y es bueno, no porque tenga una noción clara del bien y del mal, sino porque desea agradar a los padres. Si se le dice algo malo sobre sí mismo, se siente profundamente herido. Miente poco y tiene sentido de la propiedad. Es menos prudente y cuando está junto a su madre se libera al sentir su protección. Considera la muerte como algo unido a la vejez y que no le concierne.

Entre los seis y siete años, la muerte adquiere gran importancia para el niño, y teme a veces que su padre o su madre puedan morir porque descubre que la muerte no va siempre unida a la vejez sino que cualquiera puede ser golpeado por ella, aunque sea joven y sano. El niño se hace más responsable y adquiere la noción de justicia y la de suerte. Aunque suele ser obediente, necesita que se le recuerde lo que debe hacer. Tiene el deseo de ser bueno y, si no lo es, a veces culpa a los demás, pues no soporta que le consideren malo.

Entre los ocho y nueve años el niño va conociendo cada vez mejor las reglas de juego y las va aplicando. Hacia los nueve años ya no las considera inmutables, y puede cambiar los reglamentos y modificarlos según su propio criterio.

La moral del niño de esta edad es mucho más realista. Desea ser sincero y también suele ser obediente, pero sus acciones muchas veces se adelantan a sus intenciones. Acepta los castigos cuando se los merece y no suele protestar, pero se pone muy furioso si se le castiga siendo inocente, porque tiene ya un sentido muy claro de lo que es justo y merecido y de lo que no lo es. La muerte ha pasado a ser el fin de la vida y apenas le preocupa, pues la ve lejana para él Y para sus padres.

A los diez y once años el niño entra en el mundo adulto, se hace más exigente, estricto y riguroso, y adquiere una conciencia casi excesiva de la responsabilidad. Aparecen los ideales morales; sobre todo la moral colectiva. Se establece la cooperación entre los compañeros y las reglas convenidas por el grupo se respetan de la manera más exigente y estricta. Ni es tramposo ni mentiroso a no ser por consideración.

A los doce y trece años su moral es un poco la moral del grupo. Es generoso, diplomático, desea adaptarse en todo a los demás: forma de vestir, juegos, aficiones, etc. Es la época en que se descubren las conductas morales extremas y aparece, sobre todo en los chicos, la intención de apartarse de la moral corriente. Sienten el deseo de comportarse (como mayores», fumar, beber, etc. Empiezan a ocultar la verdad o parte de ella (beber o fumar a escondidas). La influencia de los amigos comienza a ser decisiva y su conducta estará influenciada en gran medida por el comportamiento que observa a los compañeros de clase o a los chicos del barrio en que vive.

A los catorce y quince años el adolescente suele tener menos escrúpulos, y no le preocupa tanto su comportamiento moral. Bastantes fuman y beben, hacen trampas, emplean términos y expresiones groseras y obscenas, participan en las tareas del hogar pero exigen compensaciones a cambio, como aumento de la paga semanal, etc. La muerte se acepta ya como realidad ineludible.

A medida que se acerca a la juventud va examinando mejor sus decisiones, estudia más a fondo las normas, reglas y principios y le gusta discutirlas con los adultos. Son frecuentes las reuniones con amigos y su conciencia individual adquiere cada vez mayor autonomía.

No duda en defender un criterio opuesto al de la mayoría si tiene plena convicción de estar en lo cierto. Aparece la personalidad con fuerza, y gusta de sentirse «él mismo», con criterio propio, capaz de mantenerse firme frente a posturas y actitudes contrarias.

Pautas a seguir

Recordemos que, antes de que el niño acceda a la libertad, la identificación es la fase necesaria para que, posteriormente, el adolescente se encamine correctamente hacia la autonomía moral y afectiva.

  • Es muy importante que los padres no caigan en la trampa fácil de acusar al niño de “malo”, «incorregible» y «travieso», hasta el punto de convencerle de que él es así. Por el contrario, en todo momento deben estar pendientes para cazar al niño en su mejor momento, cuando se está portando muy bien, y hacerle ver que esa conducta nos complace y nos mueve a felicitarle y alabarle por ello.
  • Otra actitud errónea sobre la moralidad es la de aquellos padres cuya actitud educativa se reduce a toda una serie de prohibiciones referidas a los normales actos cotidianos como: comportamiento en la mesa, juegos, salidas, elección de amigos, etc., privando al hijo/a de los medios morales de expansión y descuidando los verdaderos valores humanos.
  • En las familias con pocos hijos es muy corriente que haya demasiadas personas pendientes del niño; esta actitud también es perjudicial. Se corre el peligro de que estos niños, con una conducta aparentemente irreprochable hasta los diez-once años, no tarden demasiado tiempo en demostrar una incapacidad de decisión. Después de la pubertad esa incapacidad para tomar decisiones de orden moral puede ser total.
  • Tampoco conseguirán jamás llevar a los hijos por los caminos deseados quienes les abrumen con toda una serie de mandatos y prohibiciones rigurosas, con ideas morales inflexibles o con un código aplastante y rígido, tratando de manipularles la voluntad y la mente.

Este tipo de moral irracional y férrea es la llamada moral de vía estrecha, que siempre es contraproducente y negativa. Es precisamente el ejemplo de amor, comprensión, tolerancia y actitudes dialogantes en un ambiente en el que reina la alegría lo que debe presidir las relaciones entre padres e hijos y subyacer a toda educación moral. 

 

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