
En la relación matrimonial existen varias situaciones que en lugar de contribuir, lesionan a los cónyuges, dando opción a que se formen pequeñas heridas que en un principio pueden parecer insignificantes, pero con el tiempo, pueden llegar a volverse muy nocivas.
Para que el diálogo sea enriquecedor y fecundo, hay que cumplir determinados requisitos. Cada pareja, al poseer una identidad propia, tendrá que encontrar su manera peculiar. Existen, no obstante, determinadas reglas básicas. ¿Cuáles son estas reglas del diálogo conyugal? Se pueden resumir así: el diálogo conyugal, para que sea eficaz y creador, debe ser: humilde, paciente, simpático, cálido, oportuno, constante y renovado.
1. Humilde. La primera cualidad del diálogo es la humildad. No se debe avanzar hacia el otro hinchado por su propia perfección, seguro de lo definitivo de sus razones. No existe el cónyuge ideal, ni tampoco nadie es dueño de toda la verdad. Semejante actitud imposibilita el intercambio desde el origen.
El peligro de todo diálogo conyugal es que, frecuentemente, se vuelva una acusación: se tortura, se ataca, se acusa recíprocamente, y se sale de esta situación más apartado que nunca. Por eso conviene que los esposos, a la hora de iniciar el diálogo, tengan la prudencia de ejercer la autocrítica.
Es algo básico. Hay que tener un gran cuidado -a la hora de las recriminaciones, críticas, preguntas embarazosas- para examinarse a sí mismo y verificar hasta qué punto puede uno mismo ser sujeto de censura. No es tan raro que uno proyecte sus fallas y limitaciones en el otro. Con una actitud de humildad y autocrítica, la conversación se desarrollará en un clima de lucidez, calma y comprensión.
2. Paciente. En un solo día no se conseguirá la comprensión del cónyuge. Como todo, la vida de dos juntos requiere un largo aprendizaje, una permanente educación.
Y toda educación descansa sobre la paciencia. Sabemos que consiste, antes que nada, en repetición incansable, en incesante recomenzar. Así ocurre entre marido y mujer. A veces, será necesario repetir durante toda una vida la misma observación, formular la misma petición.
No es que el otro tenga mala voluntad; sucede que simplemente se le olvida o no logra crear el hábito, que sólo nace con la repetición. Lo importante, pues, es saber repetir con una paciencia que, además, es atributo de la fortaleza. En el caso de la vida matrimonial, esta paciencia es aún más importante, ya que la mayor parte de las veces, están en juego solamente detalles. Pero estas pequeñeces sin importancia, al multiplicarse, se hacen irritantes. La impaciencia crece y amenaza con manifestarse en los momentos de charla. Y es eso lo que hay que evitar. La paciencia dará al diálogo un clima de calma, de serenidad, sin tensiones e irritación.
3. Simpático. Para que el diálogo conyugal sea un instrumento de aproximación, no debe llevarse a cabo en términos agresivos, sino por el contrario, de la forma más simpática. De otro modo, no podrán menos que defenderse y volver a atacar.
En el momento en que los dos se encuentran cara a cara para iniciar un análisis de la situación conyugal, importa mucho el sentirse amado. Los roces inevitables de la vida en común crean, al multiplicarse, una antipatía reprimida que, tarde o temprano, hará explosión. Si triunfa la antipatía por encima de la simpatía, el clima del diálogo se hace denso y llega a sofocar. Y entonces las personas se cierran en seguida, se recogen en sí mismas o se irritan. La conversación se hace entonces imposible, inútil. En tales condiciones se da un extraño diálogo de sordos en el que nadie quiere escuchar a nadie. Sólo la simpatía presente en cada momento, asegura un intercambio fructífero.
4. Cálido. Hay que insistir siempre en que el diálogo sea cálido, porque la frialdad es un peligro que amenaza a todos los cónyuges. Una vez que se han acumulado algunas incomprensiones consecutivas, la irritación contenida se traduce en un marcado enfriamiento de las relaciones de la pareja. No se es propiamente hostil al otro; se es simplemente indiferente a él, con una indiferencia helada. Evidentemente, esto es algo que aumenta la incomunicabilidad y cierra toda salida. No se llegará jamás al encuentro interior en tales condiciones.
5. Oportuno. Es un arte saber escoger lo que debe decirse y lo que debe callarse. El proverbio lo enseña: “No toda verdad es para ser dicha”. Existen algunas que es mejor callar, porque diciéndolas solo lograríamos herir; sin provecho alguno para un mejor entendimiento. Existen silencios que deben ser respetados, secretos que son inviolables. No todo ha de decirse ni tampoco puede preguntarse todo. Para poder escucharse, la pareja debe respetarse, una de las formas de respeto consiste en saber no preguntar o no insistir cuando no conviene; otra forma es no decir al cónyuge una verdad demasiado dolorosa. La discreción, en el sentido profundo de la palabra, es la clave de los diálogos conyugales. Es decir, deben discernir qué puede comunicarse y qué debe callarse, en todos los casos.
Esto se aplica también al momento escogido para manifestarse. La verdad no puede ser dicha en cualquier momento. No habría que hablar jamás cuando se está en determinados estados de espíritu. Por ejemplo, cuando se está dominado por la cólera, los celos, la tristeza profunda o una excepcional euforia.
No son las emociones las que deban animar al diálogo, sino exclusivamente la razón. Se juzgará, a nivel de la inteligencia, no de las pasiones, cuando es el momento oportuno para decir tal o cual verdad, o pedir determinada explicación. Escoger en forma acertada el momento del diálogo es asegurar su éxito.
6. Constante. Tenemos que imprimir un ritmo seguro al diálogo, una periodicidad regular, para evitar que aumenten las incomprensiones y se acumulen los problemas.
Aquí podríamos decir también algunas palabras sobre las interrupciones del diálogo. Pasa todavía bastante frecuentemente que después de una pelea o un enojo suspendemos ese diálogo que tendría que ser permanente, y hasta lo suspendemos por tiempo indefinido. Y después viene la pregunta: ¿quién de los dos inicia de nuevo el diálogo?
Mucho depende del temperamento: el colérico es demasiado orgulloso para iniciarlo él; el melancólico está demasiado hundido por lo que pasó; al flemático probablemente no le importa mucho; el más indicado sería entonces el sanguíneo que no aguanta la situación por mucho tiempo. Ahora, si a mí me preguntan, yo suelo decir: es evidente que el más maduro debe reiniciar el diálogo.
7. Renovado. La constancia en el diálogo exige, en compensación, un esfuerzo de renovación. Porque es necesario, a pesar de todo, tener algo que decirse para poder hablar. Por lo contrario, reinará la monotonía en nuestros diálogos.
Si la esposa sólo sabe hablar de la moda o del servicio doméstico, y por su lado, el marido sólo sabe hablar de negocios o de política, es evidente que la conversación será a la larga aburrida. La palabra está en función del pensamiento. Es urgente, por lo tanto, cultivarlo como un deber. Pero la cultura sería, en el sentido de abrir cada vez más su espíritu y su horizonte con el propósito de aprender a vivir mejor y de saber responder a las preguntas que todo ser inteligente se plantea. Muy actual entonces el tema de nuestras lecturas, de nuestras realizaciones artísticas, de nuestra cultura religiosa...
Cortesía del Padre Nicolás Schwizer para LaFamilia.info
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La vida no es un camino de rosas y quien no se haya visto en circunstancias complicadas en la vida que lance la primera piedra! Sabemos pues que no hay vida perfecta y dichas dificultades pueden poner a prueba la estabilidad y unión de los esposos. Estas son las situaciones más comunes que pueden llevar a una crisis matrimonial.
Pero antes definamos qué es una crisis. Se describe como una “situación difícil que puede influir de manera negativa en algo”; en este caso en el matrimonio. Aunque la sola palabra causa temor, no tiene por qué significar el fin de todo. Con relación a ello, la pedagoga y orientadora familiar Mar Sánchez Marchori, explica: “Lo más importante es desdramatizar el concepto crisis. Muy a diferencia de lo que se puede pensar, una crisis es un período en el que se plantean cuáles son las condiciones, los factores que no resultan satisfactorios y, por tanto, se buscan soluciones para subsanarlos. En realidad las crisis hacen madurar a las personas y ayudan a mejorar las relaciones; es más, bien resueltas pueden llegar a ser muy enriquecedoras.”
Situaciones que pueden dar origen a las crisis
Resulta fundamental entonces, conocer las situaciones que se pueden llegar a presentar para así desarrollar las habilidades necesarias para “blindarse” contra ellas; o en caso de que se presenten, darles el debido tratamiento.
Debemos considerar que cada caso es único, no obstante, hay una generalidad de causas, las cuales analizaremos a continuación:
1. Crisis personal
Es aquella que vive uno de los cónyuges, la cual por obvias razones, afecta la relación matrimonial. Este tipo de crisis está relacionada con problemas de desarrollo individual, ya sea por rasgos típicos de la personalidad o por épocas circunstanciales algo críticas para el ser humano, como es la de los 40 años, la menopausia en las mujeres, la jubilación, entre otros.
Las crisis personales que afectan al matrimonio, pueden originarse también por la incompatibilidad en el proyecto de vida común, es decir, puede resultar que una persona al pasar de los años cambie sus expectativas frente al matrimonio, mientras el otro cónyuge conserve las pactadas en un principio.
2. Infidelidad
Tal vez la más compleja y común de las crisis conyugales. Pero… ¿de qué depende que la infidelidad conserve el carácter de crisis y no pase de ahí? Pues en primer lugar del perdón, tanto de quien faltó al compromiso matrimonial, como quien fue asaltado en su buena fe, por decirlo de alguna manera. Asimismo, el deseo de resarcir los perjuicios causados y el compromiso de reconstruir, se hacen determinantes para que la infidelidad sea superada. (Leer también: El perdón tras la infidelidad: ¿un imposible?)
3. Competitividad profesional
Antes era algo poco usual, pero ahora es factible encontrar parejas que se disputan entre ellos mismos el primer puesto del trono profesional, es decir, quién gana más, cuál de los dos logra un mejor puesto, cuál consigue un título académico más alto, en fin… una situación que puede llegar a ser inmanejable, pues hay un continuo reto que no tiene ningún sentido dentro de una relación de amor, donde lo que cobra relevancia es la construcción de un “nosotros” y no un “yo”. (Leer también: Cuando ella gana más que él)
4. Crisis económica
Es otro detonante que una vez más pone a prueba la unión de los esposos. Una circunstancia como el desempleo o una quiebra económica, puede desestabilizar con facilidad, debido a que resulta cómodo y fácil sostener un matrimonio dentro de unas condiciones óptimas, pero cuando esto cambia, la relación puede tambalear.
5. Muerte de un familiar o duelo
La pérdida de un ser querido puede generar dificultades en la persona y por consecuencia, afectar la relación de pareja. El respeto, la comprensión y tolerancia entre ambos, es de vital importancia, al igual que la comprensión hacia el cónyuge más afectado. Tanto en el hombre como en la mujer, se pueden presentar periodos de depresión, ausencia del deseo sexual, pérdida del sueño y del apetito, abandono en la presentación personal, etc.
Todas los escenarios anteriores no son situaciones para nada agradables, pero lo cierto es que se hacen más llevaderas si la pareja está unida, pues una crisis que no se afronta de la manera adecuada, es añadir otro problema al que ya existe. Debe haber por tanto, un compromiso fehaciente entre los esposos y reconocer que aunque es probable que las crisis lleguen, cualquiera que sea, deberán poner su mejor cara y salir adelante. Una crisis bien manejada, puede dar origen a un estupendo renacer en la relación.
Por LaFamilia.info
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¿Alguna vez se han preguntado si ustedes como pareja son un buen modelo para los hijos? ¿Qué podrían mejorar para llegar a serlo? ¿Qué recordarán del matrimonio de sus padres cuando sean grandes? El matrimonio de los padres es un factor que interviene en vía directa con el bienestar de los hijos.
La convivencia armoniosa entre los esposos, provee estabilidad y seguridad a los hijos. Pero ellos no sólo necesitan que sus padres vivan bajo un mismo techo, sino que tengan un vínculo basado en el respeto mutuo y en el amor conyugal.
Si bien es cierto que la relación entre los hijos y cada uno de los padres es determinante, también lo es la relación existente entre padre y madre. Los hijos son sumamente perceptivos y observadores del matrimonio de sus padres, prestan especial atención a la forma en que se tratan, se hablan, se miran… y por lo general, esta actitud vigilante es invisible a los ojos de los adultos.
Se ha comprobado que muchas de las debilidades personales que se manifiestan en la etapa adulta, tienen su origen en la niñez y en la adolescencia, cuando se convive en familia teniendo a los padres como referentes de imitación y por consiguiente, de educación.
Una relación estable y unida entre padre y madre, sienta las bases para que los hijos crezcan en un contexto de seguridad y protección, que a su vez les brinda el alimento espiritual que necesitan para crecer sanamente. Como explica la Dra. Judith P. Siegel, autora del libro Lo que los niños aprenden del matrimonio de sus padres: “la relación de los padres es para los hijos el modelo de todas sus relaciones de intimidad. Los hijos reciben seguridad cuando ven a sus padres y madres respetarse y ser respetadas por su cónyuge, o por el contrario, se llenen de miedo y desconfianza ante el amor cuando conviven con padres que no logran amarse y respetarse”.
Lo que enseña el matrimonio de los padres
La experiencia vivida en casa, puede servir como modelo de inspiración para el propio matrimonio. Cuando en el hogar hay ejemplo de amor entre los esposos con todo y sus conflictos propios de cualquier pareja, pero que logran negociar sus diferencias en un ámbito de respeto; es muy probable que los hijos quieran seguir ese mismo modelo, y por lo general, no se muestren temerosos frente al compromiso ni a las responsabilidades de conformar una familia.
Entre tanto, es frecuente encontrar que algunas de las personas que sienten algún rechazo frente la unión matrimonial, se debe a que su pasado estuvo envuelto en un ambiente familiar donde los padres sostenían una relación con más tintes de hostilidad que de amor, en donde se agredían, se referían displicentemente entre sí, o lo que es peor, sobrellevaban una vida de maltrato físico y/o sicológico.
De modo que el matrimonio de los padres, sirve a los hijos como ilustración de un proyecto de vida, además puede influir en la elección de la pareja y en las expectativas que se centran en ella. Sin duda será determinante en el bienestar emocional y en las habilidades sociales que los hijos promoverán en su futuro.
Otra manera de entender la forma en que los hijos se ven afectados por el matrimonio de sus padres, es mediante el proceso psicológico de identificación. La Dra Judith P. Siegel señala que los hijos imitan a sus padres y “toman prestada” una manera de hablar, un gesto, una forma de caminar… Pero a diferencia de un juego de roles, estos comportamientos no son imitaciones temporales, sino que luego se convierten en características o atributos que el niño toma como parte de sí mismo. Por lo tanto, si los hijos observan malas palabras, gritos o discordia entre sus padres, ¿qué imitarán después?
Un antídoto contra todo mal
Diversas investigaciones señalan que los niños que crecen bajo un hogar conformado por padre y madre, que a su vez gozan de una convivencia sana, disminuye las probabilidades de que tengan dificultades en los estudios, presenten comportamientos violentos, elijan amistades desfavorables o incluso caigan en algunas adicciones como el alcohol y las drogas. Lo que resulta sensato, pues un joven que esté rodeado de buen ejemplo, de un clima pacífico de amor y regocijo por parte de sus padres, no tendría motivos para buscar carencias en ambientes externos.
Queda claro entonces que los hijos se merecen que sus padres hagan un esfuerzo por construir una relación armoniosa y amorosa entre ellos, la cual busque crecer y mejorar cada día su matrimonio.
Lectura complementaria: Libro “Lo que los hijos aprenden del matrimonio de sus padres”. Judith P. Siegel. Traducción Ángela García, Ed. Norma, 2006.
Cada vez son más las mujeres que se adhieren a la fuerza laboral para poder contribuir a la economía familiar, incluso muchas de ellas alcanzan cargos superiores, y por consiguiente, mejores sueldos que sus esposos, pero ¿afecta esto la relación matrimonial?
Hasta hace poco era normal que el hombre asumiera el rol de proveedor de recursos para el hogar, y la mujer el cuidado de los hijos y el hogar. Pero los tiempos han cambiado, y ahora son numerosas las mujeres, que por decisión propia o necesidad, han tenido que compaginar el papel de madres con el de ejecutivas, llegando a ser exitosas y muy profesionales en sus quehaceres. Sin embrago, esta situación puede ser motivo de conflicto; bien porque las parejas no logran afrontar adecuadamente la situación, o bien porque la cultura del rol varonil está fuertemente marcada y resulta impensable que sea la mujer quien suministre mayores recursos al hogar.
No está demás aclarar, que por fortuna existen matrimonios que viven bajo estas circunstancias, las cuales no comprometen su estabilidad, puesto que las asumen como una oportunidad para fortalecer la economía familiar y además tienen muy presente que la valía personal no está sujeta a los ingresos (lo que implica un alto grado de madurez).
¿Qué ocurre entonces en los matrimonios donde sí hay conflicto por este motivo?
Actitudes que ponen en juego a las parejas
Los problemas suelen comenzar con un detonante distinto al tema dinero, pero después se descubrirá que es éste el causante de las continuas discusiones.
Por lo general, el hombre comienza a mostrar comportamientos que denotan un nivel bajo de autoestima, inseguridad, frustración e incluso algunos síntomas de depresión. “Estos sentimientos se dan a partir de ideas o reglas que ya se tienen como que `la persona que gana un mejor sueldo es porque es más inteligente y puede lograr mejores oportunidades´. Todo esto es producto de la relación de equivalencia que se ha hecho entre sueldo-poder, sueldo-éxito, éxito-admiración.” Puntualiza la psicóloga Claudia Zabala*.
Y es que el hecho de que estos paradigmas estén tan incrustados en las personas, no es gratis. Desde los inicios de la evolución humana, el hombre ha sido el líder de su grupo familiar, su posición jerárquica se ha caracterizado por ser dominante y aunque la esposa ha mostrado ser su acompañante incondicional, ha debido estar también bajo su sombra. Así que cuando este modelo se transforma, es cuando se abren las puertas para el campo de batalla.
Por otro lado, es común encontrar que las mujeres comienzan a manifestar ciertos vientos de superioridad, emiten comparaciones indeseables por el hecho de estar mejor remuneradas que sus esposos y otras actitudes algo humillantes que obviamente provocan enfados. Además pueden sentir que sus decisiones deben tener más peso dentro de la familia y así quitarle valor a la opinión de sus cónyuges. De esta manera, ellas pueden descubrir facetas hasta el momento desconocidas de sus maridos, lo que puede llevarlas al desencanto.
¿Cuáles son las consecuencias?
Los especialistas resaltan diversas secuelas de este tipo de situaciones, como puede ser el deterioro de la relación precedido de comportamientos hostiles, el detrimento del auto-concepto de los involucrados, la búsqueda de actividades satisfactorias fuera del hogar y en los casos más extremos, el divorcio.
¿Cómo manejar esta situación?
La recomendación entonces, comienza por dar mayor importancia a los logros, esfuerzos, desempeño del cónyuge, sin tener de por medio el factor dinero. Requiere cambiar la idea de que el poder y el dinero están vinculados. En el matrimonio existe algo llamado “comunión”: todo es de todos, decisiones, bienes, dificultades, tristezas, alegrías…
Los aportes que cada quien hace al hogar, deben ser igualmente valorados sin percatarse si son monetarios o no. Se debe tener claro que dedicar tiempo a la educación de los hijos, el cuidado de la casa, etc. también son aportes supremamente significativos.
Algo clave en este tema, es nunca perder la admiración por el cónyuge. Cuando se deja de admirar a quien se ama, sus fortalezas y esfuerzos serán pisoteados. Haga lo que haga, (siempre y cuando no vaya en contra de las leyes y la integridad humana) se debe apoyar al esposo/a, lo que implica también ayudarle a ser cada vez mejor en su actividad profesional.
Cuando ambos trabajan...
La autora Sylvia Villarreal de Lozano expone algunos consejos para los matrimonios donde ambos trabajan:
No compitan. No se trata de una competencia. Cada quien debe sentirse orgulloso de su puesto, sea cual sea, y debe ocurrir lo mismo con el de la pareja.
Reconozcan sus logros. Por pequeños que puedan parecer, es importante motivar a la pareja en todo lo que realice, y de igual manera también el otro debe apoyarle a llevar a cabo las metas.
Piensen en un beneficio mutuo. Se trata de apoyarse en todo momento. No hay que enojarse cuando se requiera que uno de los dos responda económicamente por más cosas. El hecho de que ser hombre, no quiere decir que tenga que ser el único sustento y que siempre será autosuficiente.
Administren el tiempo. Distribuyan los quehaceres y las tareas del hogar. Cuando ambos trabajan, es imposible que sólo uno se encargue de todo. Lo mejor es que platiquen y lleguen a un acuerdo en donde ambos resulten recompensados de igual manera.
No permitan que se acaben los detalles. El hecho de que ahora la esposa también trabaje no quiere decir que es menos mujer, menos femenina, o que deje de ser una dama y su esposo un caballero. Recuerden, ¡la caballerosidad y la femineidad jamás pasarán de moda!
Y no olviden... Para que un matrimonio funcione se requiere de dos; que ambos se ayuden, se tengan confianza, se comuniquen, se valoren, se den libertad y sobre todo, que se amen y se lo hagan saber a cada instante.
Fuentes: *finanzaspersonales.com, masalto.com

Si bien en la relación conyugal se presentan dificultades que no están determinadas por la época y serán las mismas a pesar del tiempo, es evidente que en nuestros días existen más desafíos que en los tiempos pasados. Como decía Jutta Burggraf: “El matrimonio no es anacrónico en absoluto. Pero es un reto -hoy más que nunca- mantenerse unidos uno al otro”; ¿por qué? aquí lo analizaremos.
El siglo XXI ha traído consigo una serie de cambios –sociales, políticos, educativos, científicos, tecnológicos…- algunos de ellos favorables, como otros que han hecho mella en la institución matrimonial y por consiguiente en la familia. Por tanto, es tan importante que los esposos construyan bases sólidas además de decisiones fehacientes, las cuales deberán permanecer firmes pese a las influencias que les rodean. He aquí una descripción a nuestro modo de ver, de los cinco retos principales que deben enfrentar los matrimonios de estos tiempos:
1. Infidelidad y sexualidad
La publicidad, los medios de comunicación y la misma sociedad, no protegen ni promocionan el matrimonio, incluso se podría decir que se hace propaganda a la infidelidad. Asimismo, hay que tener especial cuidado con la tergiversada sexualidad, es decir, aquella que parte de una concepción utilitarista, la cual carece de su carácter humano y afectivo-emocional, en donde el único objetivo es satisfacer los impulsos, los sentidos, la gratificación física. Cuando la sexualidad ha perdido su norte, se dan todas las condiciones para caer en la infidelidad, pues es una búsqueda de goce inmediato, que no mide las consecuencias que ello conlleva.
2. Relación trabajo-familia
Se hace más patente en la actualidad que en las épocas pasadas, la distribución desequilibrada del tiempo a favor del trabajo y en contra de la familia. Jutta Burggraf, autora citada al comienzo, escribía en un artículo publicado en almudi.org:
“Muchas veces los esposos tienen distintos campos de acción, ya sea en la familia, en la profesión fuera del hogar. No se ven durante muchas horas del día. Sin embargo, tienen contacto con otras personas, hombres y mujeres, y con ellos comparten sus intereses y planes profesionales. Cuando vuelven cansados a casa, ya no tienen fuerzas para dialogar o hacer planes y esto genera una distancia entre los esposos”.
No obstante, también hay que reconocer que es un problema de parte y parte, pues falta conciencia de algunas empresas para propiciar horarios justos y flexibles, como también es preciso que los trabajadores aprendan a delimitar los espacios y reclamen respeto hacia sus prioridades familiares.
3. El manejo de las nuevas tecnologías
“La tecnología es aquello que acerca a los desconocidos y aleja a los conocidos”. Muchos reprochan de sus cónyuges el mal uso de los dispositivos móviles, pues pareciera que desplazan a la familia o a su propia pareja. Es un verdadero reto para los matrimonios de hoy, establecer límites y respetar los espacios de conversación.
4. Las crisis matrimoniales y la actitud ante las dificultades
Algunas corrientes modernas pretenden vender la ideal del “matrimonio desechable”, el cual promueve que ante la primera dificultad que se presenta, se acuda al divorcio como la primera opción de una supuesta solución. La intolerancia e incapacidad para afrontar las crisis naturales de toda relación, ha hecho que el matrimonio pierda su seriedad, compromiso y responsabilidad.
5. Los diferentes retos de la mujer de hoy
Las mujeres del siglo XXI tienen que abarcar muchos frentes y esto está ocasionando altos niveles de estrés, cansancio y agotamiento. (Síndrome de Burnout: el mal que sufren las mamás de hoy)
Vale la pena que los matrimonios le echen un vistazo a estos cinco retos y emprendan un plan con tareas concretas para evitar caer en estas circunstancias.
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Fuentes: sontushijos.org; almudi.org; libro “Mujer y hombre frente a los nuevos desafíos de la vida en común” de Jutta Burggraf, Ediciones Universidad de Navarra - España 1999.
*Jutta Burggraf (1952-2010): Doctora en Pedagogía, Doctora en Teología. Fue profesora de Teología dogmática y Ecumenismo en la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra.
Por desgracia, algunos estudios hacen más énfasis en los altos índices de divorcios que en los matrimonios que se conservan unidos y felices a través de los años; los cuales seguramente, son una parte representativa.
Lo cierto es que una de las mayores riquezas que puede tener el ser humano, es la compañía de la persona amada hasta la eternidad. Para ello, traemos a colación los consejos que Francisco Gras, autor de Micumbre.com, brinda a los cónyuges:
1. Educación personal y social, en algunos sitios llamadas normas de educación o maneras
Es muy importante conocer las reglas de educación que se deben usar en la convivencia entre las personas. Cuanto más trato se tenga con las personas queridas, más educados hay que ser. No se puede bajar la guardia y argumentar la excesiva confianza para no cumplir con las reglas de educación. Ceder los sitios privilegiados, hablar correctamente sin palabras soeces.
De la misma forma que queremos comportarnos cuando estamos delante de personas que consideramos importantes o a las que les debemos respeto, así debemos tratar a la esposa/o públicamente y en la intimidad.
Si cada día se va cediendo un poco en la normas de educación, llega un momento en que la familia se convierte en una selva, donde gana el que más grita, el más ladino o el más descarado.
2. Dirimir las diferencias culturales, sociales, religiosas o políticas que aportamos al matrimonio
Sobre todo en los matrimonios multirraciales, multiculturales. Cada uno de los cónyuges, normalmente se ha criado de una forma diferente, tanto en el terreno familiar, como social y desconoce la impresión que causará en la esposa/o las costumbres y educación que aporta cuando llega la convivencia. Este aspecto debe quedar bien claro en el noviazgo, donde se deben poner a debate las diferencias para intentar conocerlas, aceptarlas o negociarlas.
Dar espacio personal para poder mantener las creencias religiosas. Si se pudieran compartir diariamente sería lo aconsejable ya que los matrimonios necesitan de la energía que aportan las creencias religiosas. Las parejas que rezan juntas, normalmente permanecen juntas.
3. Negociar y ceder
Cuando tengan diferencias ostensibles tienen que negociar cuáles se van a quedar, de qué forma se van a quedar y cuáles deben desaparecer. La negociación no es de quien gana más y quien pierde más. Es la de saber cómo van a vivir mejor los dos y los futuros componentes de la familia.
Las diferencias pueden ser fuertes en la forma de manejar las finanzas, las relaciones con los familiares directos o políticos, la dedicación profesional, las relaciones con los amigos, la forma de educar a los posibles hijos, horarios, nivel de vida aparente, y un sinnúmero de conceptos. En cada caso particular una vez puestas sobre la mesa las diferencias y las soluciones a las que están dispuestos cada persona a llegar, llega el momento de las cesiones y de los acuerdos.
Habrá algunas colas que no sean negociables por lo que es conveniente conocerlas antes de adquirir compromisos duraderos y tomar decisiones claras referente a las relaciones futuras. Después de conocer las que son innegociables suele ser demasiado tarde para llegar a acuerdos.
4. Tener objetivos claros y realistas
Antes de nada analizar profundamente si los motivos del matrimonio son para formar y hacer crecer una familia, como siempre lo han pensado o simplemente son para convivir con una determinada persona.
Dependerá del examen de esos motivos la realidad de lo que se va a realizar y los objetivos que se van a proponer para que los compartan como pareja. Los objetivos serán en el orden familiar, espiritual, profesional, social, económico, etc. Estos objetivos tienen que ser muy claros, realistas y asequibles.
5. Poner los medios necesarios para conseguirlos
Además hay que definir los medios a emplear para conseguirlos y el método para medir los avances o retrocesos. El esfuerzo aunado de dos personas hacen una cifra mayor que por separado. En estos casos, uno más uno, pueden sumar hasta tres o más.
Los medios a emplear para cumplir los objetivos también deben ser realistas y adaptarse a las capacidades del matrimonio. Si no son realistas pueden resaltar frustrantes y promover el abandono de los propósitos.
6. Ser austeros
La austeridad con moderación es una virtud que puede hacer hasta disfrutar a los que la practican. Es lo contrario del despilfarro al que están acostumbradas muchas sociedades.
Siendo austeros darán un buen ejemplo a los hijos porque aprenderán lo que cuesta ganar el dinero y otras virtudes humanas.
El llenar de regalos a la esposa/o o comprar cosas innecesarias hace unas costumbres que en los tiempos malos son muy difíciles de evitar y suelen llevar a que algunos matrimonios, que ya aportaban esa mala costumbre, se decidan a endeudarse con intereses escandalosos y que cada vez les resulta más difícil el salir del bache económico.
Asimismo, tener cuentas bancarias comunes, mejor una sola cuenta que refleje todos los gastos e ingresos, y analizar mensualmente todo lo gastado, los ingresos y hacer un presupuesto para los meses sucesivos, son sugerencias prácticas que los matrimonios pueden aplicar en su beneficio.
7. Ser ordenados
El orden empieza por el aspecto personal, pasando por la casa, las finanzas y las relaciones familiares y sociales. Demostrar orden en la casa es fundamental para evitar situaciones que algunas veces rayan en la servidumbre de una persona hacia la otra.
Las tareas a realizar deben estar bien definidas de acuerdo a la mejor habilidad, tiempo o posibilidades de cada uno. Ninguna tarea familiar es humillante para quien la hace con cariño, entrega y gusto. Hacer las tareas de la mejor forma posible es una forma de expresar el cariño a los demás y una enseñanza formidable para los hijos.
8. Perdonar las diferencias
Al cabo del día puede haber cosas que no se han hecho a gusto de la otra persona. La gran fuerza se demuestra perdonando, pero sin herir.
Hay un sabio consejo que dice que nunca empieces a dormir sin haber perdonado cualquier cosa que haya hecho tu esposa/o. Una simple palabra al acostarse puede ser el milagro que borre las diferencia habidas y que si no se borran pudieran incrementarse.
9. Encontrar las expectativas de la otra persona para intentar cumplirlas
Aunque algunas veces sea una tarea difícil el sonsacar a la esposa/o las expectativas que tiene con el matrimonio, es totalmente necesario el conocerlas y evaluarlas. Después llegará el momento de hablarlas con tranquilidad y negociarlas para poder cumplirlas.
Una esposa/o que no ve cumplidas sus expectativas, es una persona frustrada. Muchas veces ocurre porque no ha podido ni hablar de sus expectativas. Si las habla sinceramente hay muchas probabilidades de que entre los dos puedan llegar a cumplirlas.
10. Sacrificarse por la otra persona cuando sea necesario
El sacrificio total y desinteresado hacia la esposa/o, hijos o familiares representa la culminación del matrimonio. Si se quiere a la familia como no sacrificarse incondicionalmente por ella, puesto que han formado un solo cuerpo.
Todos los sacrificios que hagamos por nuestra familia son un ejemplo extraordinario para todos los miembros de la misma y para la sociedad.
Estos son algunos de los consejos que si los ponen en práctica les llevaran a tener matrimonios duraderos, felices y fructíferos.
Fuente: Escuela para padres - Micumbre.com

La infidelidad es una de las amenazas más contundentes que afectan la unión matrimonial. Pese a esto, son muchos los esposos que deciden enfrentar esta falta grave -valiéndose de diferentes ayudas-, logrando así perdonarse, perdonar y además reconstruir su relación.
La infidelidad matrimonial es una situación que pone en la cuerda floja la estabilidad de una pareja. La traición a la confianza, al respeto, al amor y a la integridad que los esposos han edificado en toda su historia matrimonial, genera una crisis compleja a nivel personal, conyugal y familiar.
Es por eso que quienes enfrentan el drama de la infidelidad, temen en especial por la continuidad de su unión y el cauce qu e tomará su futuro inmediato. Los expertos señalan que en un primer momento, la separación surge como la primera y única salida, negando por tanto, cualquier posibilidad de reconciliación.
No obstante, la infidelidad es un problema que puede tener solución si las partes además de comprometerse a remediar los daños causados, son capaces de perdonarse a sí mismos y perdonar al otro; lo cual lejos de ser un proceso fácil, tampoco es tan idílico como se acostumbra pensar. Así pues, el perdón surge como el mejor remedio para reconstruir un matrimonio.
Qué es el perdón y qué no
En el común de la sociedad, el perdón está un tanto estigmatizado. Se tiene la errada idea que quien perdona, se humilla ante el otro; cuando en realidad el perdón es el acto más valiente, noble, recto, libre y amoroso que una persona puede experimentar. El perdón es el poder que cura las heridas más profundas del alma, es el primer paso hacia la sanación y es aquello que permite liberarse de los sentimientos negativos que impiden avanzar.
Por ello, es importante aclarar: “(…) perdonar no es olvidar, es recordar sin dolor, sin amargura, sin la herida abierta; perdonar es recordar sin andar cargando eso, sin respirar por la herida”. Publicado por Vida Humana Internacional, elaborado por el Instituto Tomás Moro en Asunción, Paragüay.
Igualmente Valentín Araya, miembro de la organización Por Tu Matrimonio explica: “Con el perdón, la persona no está ignorando el daño recibido, justificando tal comportamiento o disponiéndose a que le vuelvan a ser infiel. Su decisión sólo significa que renuncia a la venganza y se decide a superar el dolor, liberándose del rencor y los resentimientos, como medio para sanar su herida.”
De otro lado, se considera que el perdón es inalcanzable, poco probable y más cuando se trata de una infidelidad matrimonial. Pero la realidad demuestra todo lo contrario. Muchas parejas superan los episodios de crisis generados por la infidelidad, logran una reconciliación, e incluso -después de la tormenta-, reportan drásticas mejoras en su relación: se sienten más cercanos, se comunican mejor, disfrutan de la compañía mutua, se sienten más fortalecidos, ratifican su amor...
Una nueva historia
Los especialistas en el tema brindan algunas condiciones principales para que pueda darse un arreglo en la pareja, las cuales emanan tanto en el ofensor como en el ofendido.
Por parte del cónyuge que fue infiel, lo esencial en este proceso es que corte su relación alterna de manera radical y tome sinceramente la decisión de recuperar a su pareja. Una vez manifestado su propósito de cambio, es crucial demostrarlo con hechos y palabras, al igual que trabajar arduamente para recuperar la confianza perdida. Debe comenzar también un proceso de reconquista, de forma que el amor marchito, vuelva a florecer.
En el caso de la víctima, se requiere entonces aprender a confiar nuevamente en su pareja, como también lograr liberarse de los malos sentimientos y pensamientos que impiden pasar la página.
Finalmente, “ayúdate que yo te ayudaré” reza el adagio. Ante faltas tan graves como la infidelidad, se hacen necesarias todas las ayudas que estén al alcance, un profesional, consejero matrimonial o director espiritual, serán definitivas para que en el proceso de perdón y reconciliación tenga un final positivo.
No olvidemos que algo tan maravilloso como es el matrimonio, no puede dejarse vencer por el mal. Vale la pena luchar por esta creación sagrada e ineludible para la realización del ser humano y más cuando lo que está en juego, es la felicidad de toda una familia. Vendrán días luminosos y tal vez los malos ratos se irán para siempre.
Fuentes: Portumatrimonio.org, Vidahumana.org
Por LaFamilia.info
Todos tenemos discusiones matrimoniales, pero cuando hay hijos de por medio, debemos tenerlas en privado y evitarlas frente a ellos, pues podemos causarles un gran daño emocional y sicológico.
Aunque no lo creamos, aún cuando están muy pequeños, los niños también perciben lo que sucede a su alrededor y poco a poco van desarrollando la sensibilidad para distinguir entre un ambiente familiar tenso o armonioso. Cuando los hijos son espectadores continuos de las peleas entre sus padres, pueden manifestar su inconformismo de distintas maneras:
En los más pequeños se pueden presentar rabietas o regresiones (como volver al uso de pañales, pedir nuevamente el chupete o biberón, etc.) con el fin de llamar la atención.
En los escolares es usual que haya un comportamiento agresivo y rebelde en el colegio, tal como peleas con los compañeros, desacato de las normas, y fracaso escolar; pero en casa su conducta es opuesta, se muestran apáticos.
En los adolescentes las reacciones son diferentes, como es propio de esta edad lo usual es que se muestren indiferentes y prefieran la evasión, refugiándose en actividades que sirvan de escape: redes sociales, móviles, videojuegos, salidas con amigos, alcohol, entre otras.
Ante este tipo de reacciones, los padres “muchas veces llevan los niños al psicólogo, como si fueran problemas de los pequeños, y finalmente uno se da cuenta que las disfunciones son de la familia; y a veces ni si quiera de ésta, sino de la pareja en particular” aclara Tania Donoso Niemeyer académica de Psicología de la Universidad de Chile en un artículo de Padresok.com.
De modo que en todas las edades, las peleas reiterativas de los padres son perjudiciales para el desarrollo emocional de los hijos, tanto que en algunos casos pueden provocar huellas difíciles de borrar.
6 recomendaciones para los esposos
Puede que hasta hoy nunca te habías puesto a pensar en esto y ni siquiera habías caído en cuenta que tus hijos estaban ahí, en medio de los conflictos con tu cónyuge. La psicóloga infanto juvenil Andrea Palacios, recomienda a los papás que “tomen conciencia de la importancia de hacerse cargo de las diferencias y trazar estrategias para tener estos desacuerdos sin que generen perturbaciones en el desarrollo de los hijos, factor que debe primar en importancia: no se trata de evitar el conflicto, sino de buscar el momento más apropiado para enfrentarlo”.
Por tanto, te damos las siguientes sugerencias:
1. Tener las discusiones fuera del alcance de los niños, para así evitar todo tipo de duda y dolor. Los problemas de pareja deben de discutirse en privado, sin que los hijos escuchen. Por esto se recomienda esperar que estén dormidos o salir a otro lugar.
2. No hacer que los hijos tomen partido por ninguno de los dos padres.
3. No conviertas a tus hijos en tu fuente de apoyo. Si necesitas a alguien, busca a un adulto quien entenderá realmente lo que sucede.
4. Si el niño pregunta, debes explicarle que es natural la discusión. Pero que hay ciertas maneras de hacerlo.
5. Estar atento a las actitudes (como portazos, caras de enojos), ya que los pequeños perciben todos los detalles.
6. Cuando las discusiones son muy frecuentes, conviene buscar la forma de resolver los problemas a tiempo. Es conveniente buscar ayuda, pues una vida de separación o de desunión emocional dentro del matrimonio provoca mucho dolor y no es calidad de vida para los adultos, y menos para los niños.
Puede costar dificultad en un primer momento, pero con esfuerzo seguro lo lograrán, ¡todo vale por nuestros hijos!